El túnel de la Periquera: una leyenda de amor
- Por Claudia Patricia Domínguez
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Hace cientos de años una leyenda de amor marcó la historia de la Ciudad Cubana de los Parques en tiempos donde no bastaba la fuerza de un sentimiento tan sublime para romper las tantas barreras clasistas existentes en la sociedad holguinera de entonces.
Ana Sánchez Roblejo de Peláez y Serafín Irioste son los protagonistas de este mito del siglo XVIII; ella, una joven cuya belleza era reconocida y envidiada por toda la región, mientras que él, un simple oficial de voluntario que cada tarde realizaba su recorrido por la otrora Plaza de Armas, justo en frente de la casona que trascendió a la posteridad bautizada como ¨La Periquera¨.
Cuentan que siempre a la misma hora aparecía por uno de los balcones de la edificación insigne de la urbe oriental la bella esposa del comandante Agustín Peláez, su mirada contemplativa se posaba una y otra vez en aquel caballero uniformado que en silencio la añoraba.
Un gran túnel que servía de aljibe a las Iglesias San José, San Isidoro, el Hospital Militar, el Cuartel del Ejército Español y los fortines ubicados en las estribaciones de la Loma de la Cruz fue testigo de este amor tan genuino como prohibido.
Según el relato de las historiadoras Ángela Peña y María Julia Guerra en su libro ¨Pasajes Holguineros¨, el conducto tenía en su interior múltiples divisiones que a través de gruesas puertas hierro aislaban un sector de otro.
Doña Ana vestida a la usanza andaluza luego de intercambiar sonrisas y miradas desde la segunda planta de su mansión, tenía la costumbre de asistir a las misas auspiciadas en la Iglesia San José, cuyo párroco era el guía espiritual de su familia.
Esta devoción religiosa y de amistad que la unía al sacerdote hacía que nadie extrañara que al terminar los oficios, la señora pasase al fondo del altar y se perdiera entre los cortinajes del confesionario, sitio que ocultaba una pequeña escalera de acceso al tunel.
Media hora más tarde la dama aparecía mientras alisaba sus cabellos y acomodaba su ropa, pero un día y por causas inexplicables se escuchó la alarma de incendio, las puertas divisionales quedaron herméticas, las esclusas fueron abiertas y el agua del río Marañón anegó en unos minutos todas sus secciones.
¡Falsa Alarma! Rumoraban tiempo después los pobladores, las actividades se normalizaron, el pasadizo volvió a quedar sin agua y mientras Agustín Peláez realizaba su recorrido habitual fueron descubiertos los cuerpos sin vida de Ana y Serafín.
Aunque no hubo comentarios, quedó descrito en las memorias de los pobladores que durante muchos años en la tumba de la joven, enterrada en la falda de la loma de la cruz, podía leerse en su lápida: ¨A Doña Ana Sánchez Roblejo que pudo morir en su lecho llena de virtudes y murió sin honra, en el túnel de la periquera¨.