Entre farsas y tentaciones
- Por Susana Guerrero
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De memoria en memoria circula el nuevo producto audiovisual de moda, ese que ha ganado un puesto en las conversaciones entre amigos, ha generado debates acalorados y, en definitiva, mantiene al público más enganchado que la trama de la novela brasileña de turno.
Se trata de La isla de las tentaciones, un popular reality show que en el último año se ha convertido en un fenómeno mediático en España, su país de origen. No obstante, por obra y gracia del paquete, sus capítulos han llegado también a la pantalla de los cubanos.
Este programa se centra en varias parejas que quieren poner a prueba su relación y, para ello, se trasladan a una isla paradisíaca, donde conocerán a las “tentaciones”: hombres y mujeres solteros encargados de conquistar a uno de los miembros de la pareja.Aunque la premisa no es novedosa, la creciente popularidad de este show vuelve a poner sobre la mesa el tema del consumo audiovisual de los realities y sus contenidos.
Los llamados reality shows o series de telerrealidad son programas donde, por lo general, un grupo de personas comunes realizan acciones sin ningún tipo de guion. El género televisivo surgió en Europa en la década del 90 y a partir de ese momento, tomó auge en todo el mundo. Tanto es así, que la audiencia cubana ha visto desfilar uno tras uno productos de este tipo en los últimos tiempos.
La Voz, Pequeños Gigantes, Nuestra Belleza Latina, Amor a Prueba, Gran Hermano o Master Chefson los sugerentes títulos de algunos de estos shows, e incluso, ya se han transmitido por la televisión cubana algunos programas similares de factura nacional. Las temáticas y situaciones son infinitas. Soñadores en busca de amor, personas que viven encerradas con extraños, competidores ávidos de nuevos retos o artistas que persiguen la gloria; todas las fórmulas están ya creadas. Para la telerrealidad parece no existir límites.
Es un formato exitoso y muchas veces se vuelve adictivo. Motivado por las apasionantes historias y el atractivo de los personajes, el público descubre en estos programas una suerte de identificación personal, que coincide con sus gustos y aspiraciones.Esas características se encuentran potenciadas además por un ingrediente especialincreíblemente estimulante para cualquier ser humano: todo lo que sucede es real…o al menos, así se vende.
Sin embargo, no se debe caer en la ingenuidad al consumir este tipo de productos. Recordemos que los programas de telerrealidad proceden de televisoras extranjeras que pretenden acercarse cada día más a su público y para ello le propone estas recetas telenovelescas donde la “realidad” no es tan real.Las tramas dramáticas de los participantes no son más que construcciones hechas a la medida, con puntos de giro y sorpresas, tal como lo haría un guionista de Hollywood.
Resulta que ya no es tan fácil asombrar a los espectadores del siglo XXI y los realities, para sorprender y mantener el interés, recurren al morbo y al escándalo.Sus personajes suelen ser puros estereotipos, quienes aportan pocos valores y, por lo general, negativos. Es así como la manipulación de sentimientos, la violencia, y la exaltación del sexo y la belleza física se convierten en las claves para triunfar, y este es el mensaje implícito que traspasa la pantalla.
Bien es cierto que todos los shows no comparten el mismo modus operandi. Muchos de ellos abogan por una competencia justa, donde se prioriza el talento y se aplican otros mecanismos menos grotescos para llamar la atención; lo preocupante es que estos no son la mayoría.
Algunas personas ven los realities como un experimento sociológico del comportamiento humano, otros solo buscan entretenerse con ese “placer culpable”. Pero a la larga, su utilidad no va mucho más allá de ser un producto visualmente atractivo, cuyo contenido tropieza con esencias muy cuestionables en cuanto a los valores que promueve.
Ahora, seamos objetivos: no se trata de arremeter contra un fenómeno que llegó para quedarse. El antídoto contra sus controversiales métodos está en fomentar en nuestra sociedad una verdadera cultura audiovisual para observar estos productos con ojo crítico, antes de caer rendidos en sus redes. Dentro del mundo televisivo existen productos malos y mediocres, pero también encontramos algunos cuya calidad es capaz de atrapar nuestra mente y nuestras emociones. Solo nosotros definimos por cuál de estas “tentaciones” nos dejaremos arrastrar.