Alfonso Doce: lo que puede la voluntad de un hombre

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alfonso doce Foto 1Fotos: Félix Javier y cortesía del entrevistado
 
Alfonso Doce parece nombre de rey, español quizá, y no de un criollo nacido en lo profundo del campo cubano, en pleno siglo XX, ni de un conspirador, un revolisquero, un combatiente de la guerrilla y mucho menos, de un líder popular. No obstante la primera impresión, se intuye: Alfonso Doce es la historia viva de este país.
 
Mi papá era un hombre fornido, sabía boxeo, dice mientras me muestra una foto, pequeñita, de carné- y era muy revolucionario, revolisquero. Tenía una máquina Buick y venía a Holguín, a reunirse con un grupo de “veintipico” que se oponían a Batista. Y en ese grupo yo andaba con él. En plena dictadura.

¿Qué edad tenía usted?

18 años. Entonces, hacían planes de sabotajes, de darle candela a la caña. Había mujeres que nos consiguieron fósforo vivo. Una compañera que trabajaba en un laboratorio químico. Se llamaba Baby García Riverón. Y otra señora que trabajaba con ella, ya mayor también, que se llamaba Lilia.

“Fósforo vivo”… ¿qué es eso?

Es un polvo que cuando tú lo colocas en un lugar y le da el aire, produce candela. Por eso le llaman fósforo vivo, ¿ves? Un día entramos a una tienda y lo echamos sobre los rollos de tela. Al empezar a echar humo, todo el mundo se fue corriendo, pero nosotros salimos tranquilos, sin miedo a nada, caminando como si nada hubiera pasado.
¿Y a su mamá no le daba miedo que usted anduviera en esas cosas?

No.

alfonso doce Foto 2El otrora Hotel Rif, en Mir, donde nació Alfonso Doce, además de su padre y su tía Lidia Doce
 
Reunidos en la recapadora de gomas, propiedad de Emilio Cruz y Carlos Espronceda, el grupo decidió emprender una acción más grande: incendiar el aserrío San Miguel, que se encontraba tras la estación de trenes de Holguín. Planearon cada detalle y lo previeron todo, excepto la existencia entre ellos de uno que lucraba con la desgracia ajena. Un chivato.

Esa madrugada hizo frío. Apresaron a 24 del grupo y los llevaron para el Regimiento, donde tenían los batistianos de Holguín sus casas de tortura. Alfonso y su compañero, Eliecer Serrano, “Puerco espín”, eran menores de edad, pero también fueron conducidos a la oficina de Agustín Labastida, el famoso jefe del BRAC. Allí vio, por primera vez, una grabadora.

Luego los empujaron al interior de un cuarto oscuro. El piso estaba mojado y resbalaron. Un tipo prieto, grande, los aguardaba con un látigo de picha de buey. Nunca pudieron verle las facciones, pero sintieron su fuerza en cada golpe.

Sobre las 4 de la mañana, les permitieron irse. Se sentaron entonces en un quicio de la barraca hasta que, casualmente, un chofer de Labastida los encontró y los trajo en su “yipe” hasta Holguín. La camisa amarilla que vestía Alfonso se había desteñido por la espalda.

Toda la zona que va desde Oscar Lucero hasta el ITH, era un aeropuerto y en una esquina había una ametralladora, con guardias permanentes. Por el camino, el chofer de Labastida nos dijo “se salvaron porque me viste y porque los conozco; todo civil que baje de ahí para acá viene fugado y la orden es tirarle”.

Tuvieron suerte… ¿Y llegaron a enterarse alguna vez de quién fue el chivato?

Sí, cómo no. Se llamaba Gregorio Martín. Era tintorero y lavaba y planchaba en su casa, una casa blanca de tejas detrás del banco de la calle Martí.

¿Lo volvieron a ver?

Cuando triunfó la Revolución, fui con unos compañeros a buscarlo. Y allí no había nadie. El hombre se perdió. Pero el nombre sí no se me olvidó.
 
Y a Eliecer… ¿por qué le decían “Puerco espín”?

Porque estaba pelado al rape y el pelo le salió parado así

alfonso doce Foto 3Guerrilleros del IV Frente. Alfonso Doce (extremo derecho)
 
El sicario Marino Velázquez lo amenazó un día. “Si vuelvo a verte por aquí, te voy a perder del mapa”, le dijo, y Alfonso Doce regresó a Mir.

Mir seguía siendo aquel pequeño poblado donde el tren se detenía a 14 kilómetros al sur de Buenaventura, la cabecera del municipio Calixto García, en la actual provincia de Holguín. La casa de madera, hogar de Alfonso, de su padre y de su tía, Lidia Doce, también seguía allí. Sin embargo, nada era como antes.

Había llegado Carlos Díaz, “chispita”, un miembro del Movimiento 26 de julio designado para organizar en Mir una milicia. Construyeron entonces una zanja a la entrada del pueblo, montaron guardia, arrancaron las líneas telefónicas.

Alfonso sirvió de mensajero, participó en detenciones de masferreristas en El Salvial y ayudó a recolectar ganado vacuno para suministrar a las tropas revolucionarias, engrosadas con los hombres de Orlando Lara. Así, fue testigo del ataque al cuartel de la guardia rural y pudo ver cómo se convertía Mir en el primer poblado liberado en el llano.

“En la toma del cuartel murió un rebelde. Era un muchacho de unos veintipico de años, como de cinco pies y unas 160 libras. Fuerte. Del equipo de boxeo de Mir. Wilfredo Peña se llamaba él. Le decíamos Ñega”.

¿Ustedes cómo conseguían las armas?

El parque se conseguía por fuera, escondidos. Teníamos revolveres, escopetas, que les pedíamos a los campesinos, a los ricos. Todo el mundo cooperó. La gente odiaba a Batista. ¡Era muy asesino!

¿Y las municiones?

¡Ah!... Eso se hacía. A los cartuchos se les ponía el mixto atrás, para el disparo, y delante se rellenaban con pólvora y pedazos de hierro machucado, de calderos. Se taponeaban con un algodón.

¿Qué era lo peor de esa situación?

El estado de ansiedad. Que si venían o no venían. Que si la avioneta volaba o no volaba. Una avioneta negra que daba vueltas, por allá, alto, con una ametralladora apuntando hacia abajo.

¡Y te cuento otra cosa que a lo mejor tiene importancia! Esta mujer que tú ves ahí fue a caballo del Cruce de San Andrés hasta Mir, para verme. Y se quedó. Cumplió los 15 años allá. Nos conocíamos casi desde toda la vida. Y después del Triunfo nos casamos. ¡Fíjate si llevaremos años juntos!

alfonso doce Foto 4Recuerdo de la boda colectiva, realizada detras el Mestre, donde se unieron en matrimonio Alfonso Doce y Mirta Pérez Ávila (primeros de derecha a izquierda).
 
Alfonso y su familia ya vivían en la ciudad de Holguín cuando vieron por televisión a Fidel Castro, planteando por vez primera la idea de crear los Comités de Defensa de la Revolución (CDR).

Por aquel entonces, Ciudad Jardín no era sino una vasta extensión de tierras propiedad de los Tijera, dueños, además, de la base de ómnibus, de los ómnibus y la estación de gasolina. Unas pocas familias habitaban aquellos solares y entre ellas, las de muchos militares del antiguo régimen batistiano que no terminaban de asimilar el cambio.

Por eso el resto de los vecinos no andaba por las calles de Ciudad Jardín tarde en la noche y por eso, decidieron fundar un CDR. Así, Alfonso hizo guardias hasta las cinco de la mañana, fusil en mano.

alfonso doce foto 5Alfonso Doce.
 
¿Qué actividades hacían los CDR?

¡Muchacha! Íbamos a la agricultura, a la caña, a Maceo. Los camiones se llenaban. Cuando llegábamos, de merienda nos daban muchos tanques de agua para tomar y un paniqueque. Entonces, algunos lo guardaban y decían “este es el carné de haber ido a la agricultura”.

Según estos documentos… usted fue delegado durante tres mandatos, entre 1982 y 1988. Cuénteme cuáles fueron los logros, las dificultades.

Bueno, mira. Cuando me hice delegado, esa calle era de tierra.
 
¿Cuál? ¡¿La calle Guarro?!

Yo hice las gestiones por el asfalto de esa calle en mi primer mandato. Y lo conseguí.

¿La ruta 5 ya pasaba por aquí?

No, no, tú verás, ¡eso es otra historia! Por aquel entonces estaba de Ministro del Transporte Guillermo García Frías. Yo iba a La Habana en viajes de trabajo y un día, fui a su oficina. Me identifiqué: yo era un delegado que necesitaba ver al Ministro. Le dije “tengo esta situación”. Él cogió una libreta y me dijo “Doce, despreocúpese, de las primeras guaguas que lleguen a Holguín, dos van a llevar el número de la ruta que usted me plantea”. Le pusieron la ruta 16. Y un primero de mayo empezó a circular.
Mi madre me dijo que al principio la gente la cogía para probar, para pasear.

Así mismo…Pero mira, en ese barrio, había un transformador que le daba corriente con tendederas. El voltaje era tan bajo, que solo encendía un bombillito de carro, para alumbrar la casa. Había ciento y pico de casas pegadas de un contador. ¡De un contador!

¿Y entonces?

Pues conseguí cien contadores en La Habana, el bajante, los postes en Bayamo y entre los vecinos abrimos los huecos para ponerlos. Recuerdo que el director de la Empresa Eléctrica se puso las manos en la cabeza. “Estos delegados están locos”, me decía.

Y Alfonso sonríe, porque sabe que ha sido útil hasta hoy, que me ha llevado por estos trillos de la historia desconocidos, con esa memoria que trae de vuelta nombres y apellidos y lugares con una precisión increíble. En eso voy pensando mientras camino por la calle y espero la guagua que por gestiones suyas hace más de 30 años, han de llevarme al periódico para entregar este trabajo.
Alfonso Doce infografiaReconocimientos recibidos por Alfonso Doce
 
 
 

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