¡Viva la tierra…!
- Por Jorge Fernández Pérez
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La situación de Cuba se mostraba tensa. Poco más de tres meses antes, se había producido un alzamiento en el ingenio La Demajagua, en la parte oriental de la Isla, comandado por Carlos Manuel de Céspedes. Nuevas ideas parecían propagarse entre los criollos y las autoridades se hicieron el propósito de frenarlas a toda costa.
Era enero del año 1869. Como capital de la colonia, en La Habana residían las principales autoridades civiles y militares, por lo que no era posible que quienes anhelaban la independencia lograran desplegar sus actividades con la misma intensidad que en otros sitios, más distantes de los centros de poder.
Sin embargo, en la otrora villa de San Cristobal también existían distintos grupos con ideas separatistas y contrarias al régimen colonial, que, en un principio, pedían fundamentalmente reformas a la metrópoli que los ostigaba y anulaba como personas libres.
Aquello a los peninsulares no les quitaba el sueño, pues no dudaron en hacer oídos sordos a las demandas de los criollos. Lo anterior condujo a sumar adeptos al movimiento insurreccional de Céspedes y a incrementar la apatía hacia los símbolos del colonialismo.
Una de las medidas más violentas adoptadas para frenar el avance de los ideales de independencia fue el incremento de los cuerpos de voluntarios. Esos grupos eran los encargados de reprimir y masacrar a todos los cubanos que se mostraran contrarios al dominio peninsular sobre la Isla. La justicia parecía no tener cabida en un país gobernado por quienes insistían en silenciar a sus hijos.
El escenario era cada vez más complejo y, como en todas las épocas, en arte no podía estar de espaldas a lo que acontecía. El teatro, con su enorme capacidad de nutrirse de los elementos que caracterizan a la realidad y adecuarlos a sus obras para incitar la reflexión en los públicos, también alzó su voz en nombre de los nuevos aires de emancipación, que cada vez soplaban con más intensidad.
El hecho se produjo un 22 de enero, en el habanero Teatro Villanueva. En la víspera, un grito de “¡Viva Céspedes!” alarmó a los españoles y encendió las alarmas de lo que podía ocurrir. Al día siguiente, banderas cubanas y trajes femeninos con los colores de la enseña nacional se apoderaron del lugar.
Ese viernes, se presentaba la obra del género bufo Perro huevero, aunque le quemen el hocico,que, lejos de contener grandes pretensiones políticas, ilustraba escenas costumbristas de la nación antillana, pero el contexto propició respaldar al espíritu revolucionario que inundó la representación de esa noche.
Es complicado definir la envergadura del momento o lo que pasaba por la mente de aquellos actores bufos, quienes en un arrebato de valerosa rebeldía dejaron el temor a un lado. Un personaje exclamó: “¡Viva la tierra que produce la caña!”, a lo que los asistentes respondieron con fervorosos gritos, que reclamaban la libertad de Cuba.
Al escuchar los aplausos y el alboroto del público, los voluntarios irrumpieron en el edificio teatral y, fuertemente armados, arremetieron contra los presentes, cuyas ideas pensaron en socavar a base de golpes y disparos. Desalojaron el teatro, con un saldo de tres muertos y varios heridos.
No les importó que allí se encontraran civiles, su sed de violencia y represión no conocía límites y parecía incrementar con cada acción en favor de la libertad de los cubanos. Por permitir actos sediciosos, las autoridades españolas impusieron una multa de 200 mil pesos al empresario del teatro, José Nins Pons.
Aquello conmocionó profundamente a la sociedad criolla, entre la que se encontraba un joven José Martí que, años más tarde, recordará en sus Versos Sencillos:
Pocos salieron ilesos
Del sable del español;
La calle, al salir el sol,
Era un reguero de sesos.
(…)
Y después que nos besamos
Como dos locos, me dijo
“¡Vamos pronto, vamos hijo:
La niña está sola: vamos!
En homenaje a los acontecimientos ocurridos en ese triste día del siglo XIX, a partir de 1980, en el país se escogió al 22 de enero como el Día del Teatro cubano.