La lengua se reinventa sin pausa
- Por Karla Vigoa Marrupe / Estudiante de Periodismo
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Nuestra lengua española goza -según proclaman las academias con orgullo institucional- de una salud envidiable. Casi 600 millones de hablantes testimonian su vitalidad. Pero quizás convenga mirar más de cerca esta salud tan proclamada.
La Real Academia Española (RAE) celebra cada nuevo término incorporado como prueba de evolución lingüística. Ya no escribimos, sino que "tuiteamos". Exponen que el léxico se enriquece. Mientras, los jóvenes comprimen sus pensamientos en 280 caracteres y sustituyen párrafos enteros con un simple "XD".
Defendemos la pureza del idioma, pero nuestros mensajes de WhatsApp prescinden de acentos, puntuación y, en ocasiones, hasta de vocales. La economía del lenguaje, le llaman algunos. El español se transforma a ritmo de notificación, saltando de pantalla en pantalla sin detenerse a revisar lo escrito.
En Cuba, la batalla lingüística adquiere tintes de resistencia cultural. Allí donde un madrileño toma el autobús, el cubano defiende con orgullo su guagua. La Isla conserva como tesoro su propio diccionario de cubanismos, palabras que definen una identidad nacional tanto como la bandera o el Himno.
La tradición lexicográfica en el país se remonta a 1859 con el "Índice alfabético y vocabulario cubano" de José García de Arboleya. Hoy, los esfuerzos por documentar el rico argot local tropiezan con la escasez de papel y tinta. Aquellos diccionarios que antaño se imprimían con frecuencia, sobreviven en fotocopias o PDFs.
Poco ha cambiado en esencia. La diferencia estriba en que ahora las batallas se libran entre el español académico y el de las calles, entre el "deber ser" y el "así se dice". Y mientras la RAE delibera sobre si aceptar "selfi" o mantener "autorretrato", millones de personas ya han decidido por su cuenta.
Las fronteras dialectales se diluyen en Internet pero no porque todos hablemos igual, sino porque todos mezclamos diferente. El joven cubano que dice "asere" a su amigo, ahora también dice "crush" para hablar de quien le gusta. No hay pérdida, sino adición. No hay empobrecimiento, sino mestizaje.
¿Está el idioma en peligro? Quizás la pregunta misma sea errónea. Ninguna lengua viva permanece estática. El español de Cervantes resultaría tan extraño al hablante moderno como nuestros tuits serán incomprensibles para generaciones futuras. La verdadera amenaza no es el cambio, sino la rigidez que impide adaptarse a él.
Los académicos seguirán insistiendo en que el español goza de excelente salud. Los puristas continuarán lamentando la invasión de anglicismos. Los hablantes, ajenos a estos debates, seguirán creando y recreando su lengua según lo necesiten.
En este drama con final abierto, lo único cierto es la incertidumbre del desenlace. El español sobrevivirá, sin duda, pero en formas que ni los más visionarios pueden predecir. Y si esto es "pérdida", que no venga jamás la recuperación. Es preferible un idioma vivo y caótico ante un cadáver perfectamente conservado en las páginas de un diccionario que pocos leen.