Entre ser y no ser, ser
- Por Sheyla Díaz Figueras
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Foto: Alvaro Sánchez
Son algunas las tardes –y los cafés- que he acumulado junto a otros periodistas para saborear nuestra eterna pena, la monetaria. Es inevitable no dudar en estos tiempos. Sin embargo, ese ligero amargor siempre se disuelve con las pasiones, los sueños, las expectativas y los gustos culposos.
En ocasiones, cuando los días son malos y las musas de las letras desaparecen, recurro a Leila Guerrero en “Zona de obras”, ese libro que todos lo de mi aula compramos por el 2022 para combatir la inexperiencia, y tomo su consejo: “Tengan paciencia porque todo está ahí: solo necesitan la complicidad del tiempo. Aprendan a no estar cansados, a no perder la fe, a soportar el agobio de los largos días en los que no sucede nada (…) Equivóquense. Sean tozudos (…) Tengan algo para decir”.
Recuerdo mi primer año de la universidad, cuando para los nuevos estudiantes todo era incierto y el periodismo se reducía a escribir en un periódico, hablar en la radio y pararse delante de una cámara. Ilusos todos, no sabíamos que era más que eso.
Julius Fucik sí que lo supo hasta el último de sus días, tras morir asesinado por mantenerse firme a los ideales de derrotar el fascismo con pluma en mano. El periodista checoslovaco es un hito para esta profesión en el mundo, pues estuvo en la mira de la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial por sus críticas columnas y reportajes en medios locales, afines al Partido Comunista checo que, en esos momentos, representaba la principal oposición al régimen Nazi. Cada 8 de septiembre es celebrado el Día Internacional del Periodista en homenaje a su nombre.
Julius Fucik.
Quizás han pasado varias décadas desde esos acontecimientos, pero aún existe cierta similitud en la vida de los dedicados a observar y contar. Entre los meses de enero a septiembre fueron asesinados 66 periodistas de países como México, Colombia, Pakistán y sobretodo, Palestina, según el Observatorio de periodistas asesinados de la UNESCO.
Una vez más, varias voces silenciadas por plasmar los horrores de la guerra, las consecuencias de la corrupción o las contradicciones en la política. Personas que, quizás, no cambiarían el mundo, pero escribirían la historia de esos que no pudieron, de esos que el mundo no conoce, de los héroes anónimos y de los villanos disfrazados.
En Cuba, la situación es distinta, no vivimos en una guerra, pero las circunstancias afectan. Falta de recursos y de fluido eléctrico, desinformación, reclamaciones, peticiones absurdas, hasta el mismo cansancio de los entrevistados, son algunos obstáculos del día a día, pero nuestras pasiones llaman. Escribir, leer, grabar, fotografiar, editar, llaman y todo lo demás se nos olvida.
Así continuamos con el periodismo, el que un día tocó a nuestra puerta, sin saber cómo ni cuándo, pero para quedarse. Ese que nos demostró el peso de las palabras cuando son las correctas y la satisfacción al recibir un agradecimiento tras una historia de vida contada.
A pesar del tiempo de tortura en la prisión de Pankrác en Praga, las heridas por todo el cuerpo y los amigos asesinados, Fucik no dejó de hacer periodismo y nos legó una obra maestra: “Reportaje al pie de la horca”, una compilación de sus últimos días de vida, un libro sobre la libertad y la injusticia, sobre el amor y la traición.
El 25 de agosto de 1943, un tribunal en Berlín condenó a muerte a Julius Fucik. Lo ahorcaron quince días después, el 8 de septiembre de 1943, hace 82 años. Él lo había tenido presente a lo largo de la detención. Su muerte, no era una posibilidad, era una certeza. Lo escribe en unos de los primeros párrafos del libro: “Si el nudo de la horca aprieta mi cuello antes de terminar, quedarán todavía millones de hombres para completarla con un final feliz”.
Esta vez, cuando los días sean malos y las musas de las letras desaparezcan, recurriré a Julius Fucik, y recordaré sus últimas palabras: “Siempre habíamos contado con la muerte (…) hemos hecho hasta aquí, lo que hemos hecho (…) Es la vida. Y en la vida no hay espectadores (…) Hombres, yo los amé, ¡Estad alertas!”