La fatalidad del siete

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libro siete piedras

Los hijos gritan venganza. El miedo crece dentro, muy dentro. Es mudo el grito. Las apariciones de una bestia en persona atentan contra la inocencia. Azul. Buscan ver el mar —el mar lo cura todo—. Sueñan con rogarle, rogarle cosas. Algún día ahogarán a la bestia en él.

"(...) Historias donde la violencia, la asfixia y la paranoia arremeterán contra criaturas que padecen el odio y la humillación (...)", eso leí en la sinopsis del libro Siete piedras en tu nombre, de Maykel Paneque (La Habana 1977). Lo tomé como un buen augurio, como un guiño del destino a la elección en mi tema de tesis, la violencia; si no escribimos sobre ella pareciera que ni existe.

La historia, desarrollada en una realidad de apariencia apocalíptica, donde la histeria es colectiva y el odio ayuda a convivir, enlaza personajes sentenciados a la desgracia. Personajes que no hablan, escupen sílabas con una fuerza ficticia sustentada en el dolor. Quizás son corderos disfrazados ante la posibilidad de ver cavar sus propias tumbas.

En un viaje por la periferia humana, el autor escribe líneas como si de un confesionario se tratase, pero no uno cualquiera, este es mental, porque solo metiéndose en la cabeza de los protagonistas se es capaz de confesar con tanta rabia. El autor escribió el diario de un abusado, el diario de tantos que nunca escribieron sus memorias.

El texto está redactado de una forma sencilla y límpida; no se permite ni un borrón. No es necesario, la propia trama es abusiva, sucia a momentos. Lo principal aquí es la historia, la forma de contar la historia —el autor bien lo sabe—.

La historia es una especie de purga donde, durante 96 páginas, se le permite a los personajes actuar sin pensar en las consecuencias. No existen reglas, el mal siempre es el camino porque golpe con golpe se paga.

Se explora esa vertiente de quien decide superar sus demonios a base de fuego y más fuego, porque nadie le enseñó a perdonar. Cuando no se tienen herramientas para superar, hay que buscar fuera, caerle a golpes a quien empezó todo.

(...) Todos somos hijos de Dios. Hay que saber perdonar. Hay que saber olvidar (...)

Siete, siete relatos, el número siete parece tener un significado. En ese mundo el siete no es un número mágico, no es el puente entre el cielo y la tierra, sino el mismísimo infierno. Es el número trece, un viernes trece. Setenta y siete años tenía el abuelo cuando lo mataron, quizás con siete piedras; al nieto lo vengaron seis niños con sus seis piedras lánguidas, la séptima se la arrojaba el abuelo desde un campamento militar.


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