Madres guerreras
- Por Darianna Mendoza Lobaina
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La vi marcharse con una maleta pequeña y una sonrisa inmensa. Con el rostro lleno de luz y el entusiasmo de quien se dispone a ser útil sin detenerse a pensar en los peligros, los miedos o las distancias.
Era un lunes de abril. Mientras escuchaba el sonido de su llave cerrando la puerta, yo sentía la misma sensación de cuando me dejaba en el círculo infantil por las mañanas. Fue como si me quedara a merced del viento en medio de la más grande avenida de la ciudad. Un nudo se me atravesó en la garganta, pero no lloré.
Recuerdo que unos días antes me dijo: “Di mi disposición para apoyar en el hospital, en cuanto haga falta en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) me llaman para colaborar en el enfrentamiento a la pandemia”.
El próximo domingo será el Día de las Madres, y aunque no me gustan las fechas especiales, esas que resaltan en el calendario como un llamado de atención o un alto en el camino para cambiar rutinas y repensar actitudes, me gustaría sentirla cerca, respirarla, amarla, llenarla de besos.
La fecha devine siempre en una fiesta en la cual se reúne la familia, le compran un regalo hermoso a la “jefa”, se abrazan fuerte y cocinan rico.
Mas las celebraciones en el 2020 se nos han vuelto diferentes y una video llamada por WhatsApp, un mensaje de texto o una llamadita rápida, serán el bolero que nos salve la vida.
Cuando me encargaron estas líneas pensé en aquellas que se encuentran en la primera trinchera de la lucha contra ese virus responsable de dejar miles de corazones ajados y profundo pesar en el mundo.
Pensé, además, en los hijos, nietos, sobrinos a los cuales le cambiaron los planes, y me propuse un mensaje desprovisto de nostalgias y desbordante de esperanza, de alegría, de optimismo porque, de alguna manera todos son valientes.
Es un texto para las guerreras que no podrán disfrutar a sus niños el segundo domingo de mayo, las trabajadoras imprescindibles, las colaboradoras internacionalistas, las que la vida les arrebató sin previo aviso el fruto de las manos, las que se han ganado ese título por autodeterminación a pesar de no conocer el peso de los nueve meses.
También a las “madres” de sus mascotas, a las que traen el encargo en el vientre y a las que como yo sueñan con tener un bebé para contarle las historias de su “superabuela”, con el orgullo gigante que hoy me llena las entrañas.
Llegue a ellas el abrazo infinito. El agradecimiento por la sabiduría extrema, por no equivocarse nunca y ofrecer consejos oportunos. Por soportar la vida en los peores momentos y curar con las caricias.