La (in)soportable presencia del miedo: una mirada desde las masculinidades
- Por Msc. Ania Pupo Vega y Msc. Aida Torralbas Fernández
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(Re) encontrarnos con las emociones que nos habitan es un desafío constante al que nos invita la dinámica de la propia vida. En situaciones de crisis y eventos percibidos como amenazantes, el miedo es una de las emociones más comunes. Aunque no existen emociones malas o buenas, generalmente son evaluadas como negativas o positivas a partir del impacto generado. El miedo es percibido como una emoción negativa, lo cual responde más a patrones culturales que a sus consecuencias reales.
Nos educan para ser valientes. Se asocia la valentía a la ausencia de miedo. Si mostramos miedo nos pudieran tildar de personas inseguras, “nerviosas”, incapaces de alcanzar nuestros proyectos, entre otras ideas irracionales que nos dificultan el establecer una sana relación con sus expresiones. El miedo es una emoción adaptativa de defensa, que nos alerta y preserva ayudándonos al afrontamiento o evasión de situaciones en las que nos exponemos a amenazas o peligros. El problema no radica en sentir miedo, sino la manera en que nos afectamos con él.
En una medida admisible (esto es bien individual) y racional, el sentir miedo resulta valioso para advertirnos de los peligros y movilizarnos para su afrontamiento a partir de la incorporación de conductas de cuidado y protección. Cuando el miedo adquiere dimensiones intensas y sentimos que nos desborda, resulta dañino porque nos puede llevar a asumir comportamientos compulsivos o erráticos; también pudiera paralizarnos impidiendo los comportamientos que la situación requiere. Una sana relación con nuestros miedos pasa por su aceptación a partir de la cual los identificamos, exploramos y sentimos, para gestionarlos y transformarlos.
En este sentido nos parece oportuno colocar que las emociones también tienen género. En la construcción de las masculinidades y las feminidades, las emociones son educadas y expresadas diferencialmente. Las mujeres tenemos más permiso para expresar nuestros miedos aunque en el proceso se nos catalogue de “histérica”, sin embargo a los varones, generalmente se les enseña a no mostrar sus afectos siendo el miedo el que más lo devalúa. La relación de los varones con el miedo, los pone en desventaja a la hora de evaluar y enfrentar peligros potenciales y reales.

Cuando al niño se le dice: “los hombres no lloran” o “pórtate como un hombre” haciendo alusión a la fortaleza y al autocontrol emocional, se suele estar contribuyendo a la represión y castración de sus emociones y sentimientos. Este proceso de desconexión con lo que se siente puede llevar a que quien albergue miedo lo enmascare o lo niegue, incluso a sí mismo. El no reconocerlo, no hace que desaparezca y entonces suele encontrar otras maneras de proyectarse, impactando la salud sobre todo en aquellas enfermedades que se asocian al estrés y que además debilitan el sistema inmunológico.
En el entrenamiento para reprimir los miedos, muchos hombres desarrollan cierta atracción hacia el peligro pues es el espacio donde se legitima la hombría. No es casualidad que los deportes extremos y las estadísticas de muertes violentas estén masculinizadas. En tiempos de pandemia suelen ser más los hombres que las mujeres quienes usan incorrectamente el nasobuco en la calle o rompen las reglas de distanciamiento físico. Este elemento, unido a la división tradicional de roles al interior de la familia, donde el hombre es generalmente el proveedor, los expone a situaciones de mayor contacto con los espacios y condiciones de riesgos.
Sentir miedo nos humaniza. Reconocerlo nos protege y nos salva llevándonos a la prudencia y la incorporación de conductas saludables, precavidas y cuidadosas para con nosotros/as, nuestras familias y nuestras comunidades. Por tanto, vamos a permitirnos en primer lugar sentir miedo, a veces solo el reconocerlo pudiera ser un primer paso para controlarlo y buscar ayuda de ser necesario. Verbalizar lo que sentimos, hablar sobre ello con una amistad, aprender ejercicios de respiración, de meditación o sencillas posturas de yoga, pudieran ser estrategias que ayuden a aliviar y contener nuestros miedos. El temor a contagiarse y a las consecuencias del padecimiento es un miedo racional, comprensible y es importante diferenciarlo de otras manifestaciones donde la amenaza no es real, lo cual demandaría de ayudas más especializadas.
Autores: MsC Ania Pupo Vega y MsC Aida Torralbas Fernández
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