¡Gracias, doctora!

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gracias doctora cronica osval 2Ilustraciones: Tomadas del perfil de Osvaldo Gutiérrez Gómez (Osval)

En estos días durísimos, tristes, mustios, hay cientos de historias que se tejen entre el sudor de agosto, los llantos de quienes pierden o se sienten perdidos, la incertidumbre de todos y la esperanza de algunos. Son historias de amor, de solidaridad, de hermandad y humanismo, y otras bastante grises que derrumban corazones, que mellan familias, que aprietan el alma.


Por eso pensé mucho antes de concebir estas líneas, porque “la recomendación les va a llegar de cerquita”, aunque más que encomio es orgullo y gratitud. De igual modo no me gusta hablar de ella en mis textos ni a ella le agrada que la aluda, salvo en la crónica que le dediqué el Día de las madres del 2020, con la cual extendí mi cariño a todas las guerreras del mundo.


Desde que la variante Delta se “instaló” gustosamente en Holguín la rutina hogareña, ya distinta, varío bastante. Ella no ha dejado de trabajar en la sala de cuidados intensivos del Hospital Clínico Quirúrgico. No ha dejado de sentir en el pecho el amargo dolor por perder un paciente. Ha llorado en una esquina o pegada al teléfono dándole fuerzas a los familiares. Durante el reposo se ha tragado lágrimas en la casa, mientras llamaba preocupada para saber sobre la evolución de las personas ingresadas.


En una ocasión estaba a su lado leyendo un chat de Whatsapp, y entre el disimulo y la aparente discreción, alcancé a leer en un mensaje: “Gracias doctora”. No le dije nada, pero salí de la habitación con la garganta anudada.


Esa doctora, mi médico de cabecera, dejó en mis manos el cuidado de su madre de 87 años, con infinitas comorbilidades, para irse a apoyar a sus compañeros en el hospital. Llega de las guardias y se aísla en un cuarto del apartamento, con nasobuco doble, con una careta protectora y un pomo de alcohol que parece una extensión de su mano.


Entra “forrada” completa y cargada de bolsos. El bolso de los recipientes de la comida, el de las mascarillas y el de la ropa. Se quita los zapatos en la puerta. Sigue con ese cargamento y le suelta los bultos a mi papá para que se encargue de la desinfección. Continúa hasta el baño. Se ducha, se pone ropa cómoda y sigue para el cuarto, al que jocosamente llamamos cubículo 2, porque el cubículo 3 es el de mi abuela.


Durante ese proceso la acompaña Filomena, la gata, que no entiende de coronavirus ni de distanciamiento. Se cuela en el “cubículo 2” y cuando le dan un chance se va para el 3 a tomar agua, capricho ha de ser, aunque quizás intuye que esas dos personas merecen más cariño.

 

gracias doctora cronica osval 1


La doctora intenta descansar con la barriga llena y el corazón estrujado, como usualmente lo traemos por estas fechas. Cruzo los dedos para que en la rifa la cocina le toque a papi y no a mí. Filomena se escurre y echa raíces en una butaca. La abuela duerme en el balance del cuarto y a quien la despierte le dice que estaba descansando la vista.


Hace varios días que pierdo la rifa y no me toca cocinar, aunque eso en mi caso no es perder y bien lo saben ellos. Es buena noticia para el núcleo familiar prescindir de mi sazón.


Dos jornadas dura el reposo. En esos dos días la rutina no cambia. Lleva el desayuno a los dos cubículos, luego la merienda, el almuerzo, la comida. También están los intermedios para la macedonia de pastillas de la anciana y para prepararle el baño. Así transcurre hasta que se agota el día y paso a tirarle un beso a ambas antes de dormir.


Quisiera contar los kilómetros que transito dentro de la casa. Mas pienso en los que, como mi doctora, se encuentran salvando vidas en los centros de Salud y se deprimen y sufren y se agotan, pero siguen en la pelea. Pienso también en los que recorren las comunidades para atender a sus pacientes, buenas prácticas que se deben multiplicar.


Las musas me abandonaron, han de estar aisladas, porque escribir me resulta trabajoso, abrumador, incómodo. Me “conecto” y hago “terreno” de forma online a las amistades contagiadas, porque de tal palo... Recomiendo infusiones, inhalaciones, ventilación del hogar y ofrezco mi ayuda para lo que haga falta.


Es una ansiedad constante. Ganas de hacer más, de ser más útil, de darle el pecho también a la pandemia “aguafiestas” que nos desordenó la vida, pienso esto, mientras de fondo escucho el teléfono. Tengo que dejar esta catarsis, debo salir a trabajar.


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Darianna Mendoza Lobaina
Author: Darianna Mendoza Lobaina
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Soy amante de las artes, el café y la poesía. No me gusta la cocina, pero creo que cada palabra tiene su propio sabor, y los textos hay que sazonarlos bien.

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