Vacaciones intravenosas
- Por Flabio Gutiérrez Delgado
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Siempre escuché hablar de la profesionalidad que caracteriza a los trabajadores del hospital militar Fermín Valdés Domínguez, de la ciudad de Holguín y hoy confieso que no quería comprobarlo personalmente, porque para eso me cuidé durante casi dos años de la COVID-19.
Los desafíos que nos impone el destino cada día, me llevaron hasta el prestigioso centro hospitalario el pasado 16 de febrero, donde las atenciones, el servicio médico, la alimentación, los medicamentos y todo lo que pueda brindarse allí, son con *99, o sea, gratis, para los más ajenos a las tecnologías.
Esa es una de las bondades de los servicios públicos priorizados por el sistema revolucionario cubano, pero sinceramente, no funcionan en todos los hospitales del país como ocurre en el Valdés Domínguez, donde la amabilidad, el respeto y el riguroso sistema de vida, son las primeras dosis de bienvenida para calmar las dolencias.
Sin el temor de hace par de años atrás, pero con la misma precaución, el doctor Oscar y la enfermera Bárbara me brindaron optimismo y dejaron mi alma como el test que llevaba al hospital, cuando me dijeron: tranquilo, verás como te pones bien con nosotros aquí en pocos días.
Con la paz que se respira en el hospital militar y los consejos de dos experimentadas pacientes de la sala D, dormí la primera noche bajo las constantes amenazas de los empedernidos mosquitos que pretendían evadir mi improvisada protección.
Fotos: Flabio Gutiérrez Delgado.
Solo perduraban los recuerdos de mi etapa de soldado, sin embargo, el “de pie” mañanero me llevó 20 años atrás, cuando debíamos acicalar el dormitorio al estilo de los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionaria (FAR), a pesar de convivir en esta ocasión con trabajadores civiles.
Un despertar afable entre sonrisas, cariños y elogios animaron la mañana de una egresada y los pacientes que aún no conocíamos el tratamiento de una preocupante neumonía que amilanaba nuestro aliento.
Reconfortante resulta la atención de enfermeras, médicos y personal de servicio, de quienes ya tenía referencia, pero pude constatarlo esta vez, no solo con oficiales, sino con todos los que dependíamos de ellos.
En las primeras horas del día recibíamos la visita supervisora de directivos del hospital, quienes recorrían las salas, con el objetivo de conocer inquietudes sobre los servicios y las condiciones de vida, actitud que me auguraba una tranquila estancia.
Fue entonces cuando llegó la mala noticia para nosotros, los que no parimos, como nos decían las mujeres de la sala, cada vez que debíamos pincharnos con mi amigo el “Rosefín” (Rose).
Muy necesario y poderoso para llevar un eficaz tratamiento, pero los cólicos y sudoraciones eran inevitables cada vez que veíamos la filosa aguja, para mí de metro y medio, que llevaría a nuestras venas el potente antiobíotico.
El criterio de los pacientes era unánime, excelentes condiciones y muy buena atención, lo único malo de estas “vacaciones intravenosas” eran los horarios de Rose, el cual no pierdo la esperanza de verlo algún día en formato de jarabe o tableta.
Imposible resultaba permanecer en una sala de absoluto reposo, donde no se hablara de la labor de los trabajadores del hospital el pasado año 2021, sobre todo de aquellos meses de julio, agosto y septiembre, cuando la pandemia hizo más daño.
“Los momentos más difíciles y traumáticos como profesional los vivimos en ese trimestre, cuando la variante Delta apagó la felicidad de muchas familias holguineras”, rememoraba el doctor Orley con voz quebrantada.
Con sentimientos similares recordaban las enfermeras de la sala aquel doloroso periodo, cuando familiares de los trabajadores del hospital fallecieron por el fuerte impacto del virus.
Anécdotas iban y venían, al igual que los pinchazos, pero cada día con una respiración más fluida y menos agustiosa, pues los efectos de Rose ya eran evidentes.
Las llamadas y mensajes de amigos y familiares tenían una misma respuesta: seguimos mejorando y las condiciones son buenas, contando los días para culminar el tratamiento.
Luego de ocho jornadas hospitalizado el rayos X reflejaba una evolución favorable, aunque el diagnóstico clínico de mi cuerpo no mostraba sintomatologías hacía algunos días.
Ya en casa, con tratamiento domiciliario, dejé plasmado allí el sincero agradecimiento, a todos los trabajadores del hospital militar Fermín Valdés por su consagrada labor en esta compleja batalla.
Fueron unas vacaciones intravenosas, pero pude llegar y salir para poder contar la historia.
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