Cinco mil holguineros bajo las armas
- Por Ventura Carballido Pupo
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Así quedó inmortalizada la frase de Fidel a su hermano cuando le dijo: ¡Vete para Oriente que si salva ese territorio estará salvada la Revolución! Comenzó entonces la organización y preparación de las unidades para la defensa militar del país. Se crearon diversas escuelas, como San Pedrito en Santiago de Cuba, Güirabo en Holguín y otra en Moa, esta última convertida posteriormente en la Escuela de Formación de Oficiales de Milicias, de donde salieron importantes cuadros para el Ejército Oriental.
La primera histórica misión cumplida por estos jóvenes fue formar una coraza defensiva en zonas costeras y lugares estratégicos de la ciudad de Holguín y otras comarcas, desde el 31 de diciembre de 1960 hasta el 20 de enero de 1961, en ocasión del cambio de presidente de los Estados Unidos.
Terminado este atrincheramiento partieron para el Escambray, junto con 70 batallones más de otros territorios del país, bajo el mando directo del Comandante en Jefe Fidel Castro, formados por 60 mil hombres destinados para la operación militar conocida como “Operación Jaula”, que constituyó la limpia de esas montañas del centro del país de contrarrevolucionarios alzados que esperaban una invasión mercenaria, que resultó luego Playa Girón.

Estos batallones tuvieron su base de organización, completamiento y preparación en diferentes lugares de la región. El Batallón 105, radicó en Guayacán, Chaparra, Las Tunas; el 106 en la finca El Vapor, Floro Pérez, Gibara; el 107, bautizado por Raúl Castro con el nombre de Antonio Maceo, en territorio del Central Azucarero de igual nombre; el no. 108, integrado por milicianos de la Ciudad de los Parques, radicó en un antiguo burdel, llamado “El Tahití” en las afueras del reparto Alcides Pino, y en zonas aledañas de Holguín; el no. 109, en La Criolla de Camazán, municipio de Báguanos.
El no. 110 el Palmar, a un costado del poblado de Cacocum; el no. 112, en la Playa o zona de Yagüajay, Guardalavaca; el no. 113, en Cortaderas de Antilla; el no. 115, en Playa Juan Vicente, Mayarí Abajo; y el no. 121 integrado por holguineros y tuneros, en predios de Cauto Cristo. Tuvieron una preparación final que los entrenó en el manejo de las armas recién llegadas de Checoslovaquia y la URSS fruto de la solidaridad.
Estos combatientes tuvieron su primera movilización a partir del 31 de diciembre de 1960; luego en la operación “Jaula” bajo el mando del comandante Eddy Suñol; posteriormente ocuparon puestos de combates en zonas costeras de la provincia de Oriente, cuando la invasión por Playa Girón.
La defensa de la ciudad de Holguín corrió a cargo del Batallón 108, integrado por 486 combatientes bajo el mando de Jorge Sarmientos González, un trabajador de la galletería Gilda, que llegó a ocupar el cargo de Jefe de la delegación del Ministerio del Interior en Holguín.
Se movilizaron también durante la crisis de los misiles en 1962 y una buena cifra de ellos cumplió con el internacionalismo en tierras africanas. Esta historia de forma abarcadora presentó el inconveniente de que más del 50 por ciento de los protagonistas ya no está.Para entonces los había de 14, 15, 16 y 17 años de edad. El mensaje de padres y familiares al despedirlos era: Cumplan con Fidel y la Revolución.

Ellos fueron cantera para la formación del MININT, las FAR el PCC y otras instituciones. La Revolución les permitió a muchos escalar las aulas universitarias, donde se formaron médicos, abogados, ingenieros, educadores, contadores…
No podemos dejar de reconocer al batallón “Las Clodomiras” integradas por más de 500 muchachas, quienes bajo el mando de la actual coronel de la reserva Thelma Bornot cubrieron las posiciones de defensa y orden interior, dejada vacante por los integrantes del Batallón 108.
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EL HOLGUINERO EDUARDO GONZALEZ GONZALEZ (MIGUELÓN) Y
SU DIARIO DE CAMPAÑA MILITAR, AÑO 1961, EN LAS SERRANÍAS O MONTAÑAS DEL ESCAMBRAY, EN EL CENTRO DE CUBA
Fue uno de los líderes del movimiento juvenil en la parte norte de la provincia de Oriente; por demás, fundador de las milicias en el barrio de Pueblo Nuevo, al reiniciarse como estudiante a mediados del año 1960 en la Escuela Tecnológica Gral. Calixto García, conocida también como ITH, formo parte en este plantel de una Compañía de Milicias Estudiantiles, de la cual numerosos estudiantes pasaron a integrar las filas de varios de los Batallones de Combate organizados en la costa Norte de Oriente.
Miguelón integró el Batallón 108, ocupando el cargo de Jefe de Pelotón en la Compañía de Municionamiento y Transporte, realizando además junto a otros estudiantes, actividades como orientador político de las tropas, bajo la orientación del compañero Gabriel Milord que se desempeñó como Instructor Político del Batallón.
Posterior a la campaña librada en la Limpia del Escambray, ocupó varias responsabilidades políticas en las direcciones de la AJR y posteriormente la UJC, además del Partido Comunista en la región Holguín-Gibara.
Este combatiente, tuvo la iniciativa de escribir y conservar un diario de campaña, que recoge parte de la histórica misión del Batallón 108 en las montañas del Escambray y las inmediaciones de la Base Naval en Guantánamo, hasta los días del ataque a Playa Girón en los alrededores de la ciudad de Holguín.
A continuación, se relacionan algunas notas de este Diario, respetando su redacción original, además de resumir etapas en las que no aparecen hechos trascendentes.
AÑO 1961:
San Blas enero 31:
Después de desayunar fui a llamar a todo mi Pelotón, pues nos mandaron a formar urgentemente. Traje la tropa y después que todos desayunaron partimos con todas nuestras pertenencias, con nosotros iba el Administrador de unas fincas intervenidas, así como un campesino de la zona en la casa del cual habían estado un grupo de alzados. Después de subir y bajar varias lomas llegamos a una casa, la que estaba sola y cerrada pues la habían desalojado. Registramos todo y después de ver a la familia del campesino que venía con nosotros, que había desalojado su casa también proseguimos la marcha con cuidado. Llegamos a la otra casa y exploramos los alrededores donde vimos claramente el rastro de los alzados. Nos desplegamos en la casa y allí dejamos todos los paquetes al Jefe de la Compañía; el Segundo y yo nos hicimos cargo de las tres escuadras de mi Pelotón. Seguimos la marcha desplegados y rodeando las lomas que pasábamos hasta encontrar pertenencias de los alzados. En un cafetal se encontraban descansando. Estaban rodeados y cuando se dieron cuenta salieron con las manos en alto sin ofrecer resistencia alguna. Yo mismo los conduje abajo, donde había una cañada y allí estaba el resto de la tropa y grande fue mi sorpresa al ver la variedad de las armas y la cantidad de pertrecho.
Tenían un rifle Johnson, dos rifles checos, una escopeta de cartuchos, varios M-1, Garands y Sprinfields y bastante parque. Cuando llegué ya los compañeros habían cogido 5 revólveres 38 y 45.
Bajamos todo y en ese momento llegó un Pelotón de un Batallón de Pinar del Río. Después de atar a los 14 prisioneros los condujimos hasta la casa donde habíamos dejado los paquetes.
Con una escuadra y el Tte de Pinar del Río llevamos los presos hasta la carretera. El camino se hizo molesto pues llevábamos el parque y las armas que habíamos cogido. Al llegar a la carretera nos dividimos, El Tte y los presos fueron rumbo a La Sierrita y la escuadra y yo nos dirigimos a San Blas que estaba a unos 3 Km.
Anocheciendo formamos y fuimos a reforzar las postas del cerco, pues había confidencias de que tratarían un grupo de alzados de pasarlo.
San Blas, Febrero 1:
A las 12 de la noche me levantaron a hacer la posta. Varios tiroteos escuché y vi pasar una ambulancia. Por la mañana me enteré de que los alzados habían roto el cerco, por negligencia de una de las postas. Un alzado fue muerto y los otros lograron escapar.
Temprano formamos y en compañía de otros salimos en camiones hasta el lugar de los hechos: Las Vegas, después de estar allí un rato, vimos llegar dos helicópteros en uno de los cuales venía el Cdte. Dermidio Escalona.
Salieron algunas tropas en persecución de los que se escaparon y nosotros nos quedamos allí. Vimos como el Comandante le quitó a la posta negligente las boinas rusas (identificación de las milicias en el monte) y los puso presos. Diez éramos los de Holguín y un número mayor los de La Habana. Nos fueron transportando de tres en tres en uno de los helicópteros y en el último grupo de quince estaba yo.
Ya era de noche y el helicóptero no vino más. Mandaron a hacer arroz y con sardinas lo comimos. Fuimos a dormir a una casa ocupada por la Milicia y ya acostados sentimos llegar un camión. Venía a buscarnos. Nos levantamos y nos dirigimos rumbo a San Blas. Pasamos San Blas y llegamos a La Sierrita y nos desviamos hasta un lugar llamado Río Chiquito.
Llegamos a una casa donde encontramos algunos de los que habían venido en helicóptero y comida preparada. Tomé un poco de caldo de pollo y con siete más en un jeep nos dirigimos a reforzar una posta a unos 5 kms. En la última me quedé con tres compañeros de La Habana y nos acostamos al llegar. Eran las 9:30 pm y teníamos dos pedazos de lona para taparnos.
Río Chiquito, Febrero 2:
A las 12 de la noche me llamaron a hacer la posta y con gran frío estuve hasta las 3:00 que volví a acostarme. Temprano nos levantamos y la mañana pasó sin incidentes de importancia. Por la tarde poco después del mediodía escuchamos un nutrido tiroteo cerca, Al poco rato llegó un jeep cargado de compañeros, los que siguieron a pié rumbo al tiroteo, Luego nos enteramos que en el tiroteo había resultado herido un Tte. De las Milicias y caído prisionero un cabecilla de los alzados apodado “El Marinerito”.
En este mismo día me enteré de que había caído prisionero el también cabecilla Rafael González Marrero apodado “Coco”. Por la tarde pedimos unos sacos prestados que nos ayudaron a pasar la noche que fue bastante fría. Hice la guardia de 9 a 12. Luego me acosté.
Río Chiquito, Febrero 3:
A las 3:00 volví a hacer guardia hasta las 6:00 Temprano pasaron dos compañeros que llevaban a “El Marinerito”. Pasó el día tranquilo. Nos acostamos temprano y próximamente a las 10:00 pues nos guiamos por la luna, me llamaron a hacer guardia.
En este “cerco” nos mantuvimos durante 7 días haciendo guardia las 24 horas sin que se produjera ninguna incidencia de importancia, excepto aislados tiroteos en las proximidades, principalmente en horarios nocturnos.
Río Chiquito, Febrero 9:
Nos levantamos temprano, cerca de las 10:00 bajé con un compañero a al riachuelo a lavar los platos. Cuando regresábamos nos dieron la noticia de que nos íbamos. Recogimos todo y como a la hora llegó el jeep a recogernos. Nos llevaron hasta la cooperativa que habían quemado los alzados. Cerca de las 3.00 llegó el amigo Nanin con un jeep a buscarnos. Nos despedimos con tristeza de los compañeros de La Habana y fuimos hasta San Blas. Allí estuvimos hasta bien entrada la noche en que llegaron los camiones que nos transportarían.
San Blas, Febrero 10:
Cerca de la 1:00 y en el segundo viaje me fui con mi compañía. Llegamos de madrugada al Tejar donde ya habíamos estado. Nos acostamos y poco dormimos pues era muy tarde. Cerca de las 10:00 salió parte del Batallón. En el 2do. Viaje partimos nosotros hasta un lugar cerca de Iznaga llamado El Güiji. Nos acostamos ya de noche y con un gran frío dormimos.
El Güiji, Febrero 11:
Nos levantamos con frío. Después del mediodía llegó el Comandante Zuñol Jefe de las Milicias de Oriente en el Escambray quien dio órdenes de partir. Caminamos unos 2 kms y salimos a un ancho camino. Luego por el camino nos dirigimos hasta la orilla de un pueblo llamado El Condado. El frío era terrible. Esta noche dormí bien pues dormí en una casa de nylon.
El Condado, Febrero 12:
Nos levantamos con gran frío y después de desayunar recogimos todo. Matamos el tiempo jugando pelota. Después llegó el Jefe del Batallón y dio órdenes de partir. Al mucho rato partimos y fuimos a ocupar una zona de casas a unos 6 u 8 kms.
Llegamos a la nuestra 5 hombres y yo casi de noche. Montamos la guardia y la noche pasó sin nada de importancia.
Desde este día nos mantuvimos durante 36 días ocupando esta vivienda dentro del cerco.
Teníamos instrucciones de eliminar cualquier animal “jíbaro” que pudiera servir de alimentación a los alzados. El primer día, después de 30 horas de ayuno, un lechón que merodeaba la casa nos sirvió para calmar el hambre, aunque tuvimos que comerlo casi crudo por la poca candela y la llegada de la noche.
Con 4 hombres realizábamos diariamente por el día, una jornada de “peine” en los alrededores, mientras otros 2 hombres se ocupaban de preparar la comida y vigilar el entono de la casa.
Durante toda la noche nos turnábamos para realizar las guardias que aseguraban la seguridad de la escuadra y de hecho constituían una permanente emboscada nocturna.
En los recorridos diurnos nos impresionó la rica y bella vegetación de aquellas montañas, los grandes acantilados y un caudaloso (para nosotros) río llamado Ay que a intervalos de 4 o 5 días utilizábamos para el aseo personal.
Ya organizado el mando y la logística, manteníamos contactos periódicos con la Jefatura de la Compañía, que visitábamos para recoger algunos víveres y la correspondencia de nuestros familiares. Una entrega semanal para 6 hombres que aparece registrada estaba compuesta por 7 latas de leche, 5 latas de carne en conserva, 1 jabón, 1 paquete de café, 2 tabletas de chocolate, además de algunas libras de arroz, frijoles y sal, sin especificar cantidad. En este período la captura de un guanajo, una chiva y otro lechón ayudaron a complementar la alimentación de nuestra escuadra.
Periódicamente recibíamos el Boletín “La Voz del Miliciano” que se editaba en la Jefatura del Batallón, que junto a las orientaciones del mando y algunas noticias relevantes utilizábamos en nuestras “charlas” matutinas. Algunas fechas históricas como el 24 de Febrero fueron conmemoradas solemnemente, hasta con una descarga de nuestras “pepechás”.
Teníamos la orientación de alfabetizar a los milicianos que no sabían leer ni escribir; en nuestra escuadra había un compañero del cual yo me ocupaba de impartirle clases utilizando la cartilla oficial de la Campaña de Alfabetización. Este compañero no terminó de alfabetizarse por el poco período de tiempo, pero aprendió bastante.
En este período lo que más nos golpeó, además de algunos aguaceros a campo traviesa, fue la falta de acciones combativas, que nos hacían sentir subutilizados en la rutina de los “peines” y las guardias. El 20 de Marzo en horas de la tarde recibimos con alegría la orden de concluir esta misión. Recogimos nuestras pertenencias, limpiamos y cerramos la vivienda y caminamos hasta el anochecer hasta salir a un camino en las inmediaciones de El Condado a cuya orilla acampamos.
El Condado y Polo Viejo, Marzo 21:
Temprano nos llamaron y como a las dos horas llegaron unos compañeros que hacía mucho no veíamos. Salimos a pie junto con ellos. Llegamos hasta El Condado donde conseguimos unos camiones y fuimos hasta la Comandancia. Al mediodía llegamos y después de saludar a todos descansamos. Serían las 1:30 cuando salimos a pie hasta un lugar llamado Polo Viejo. Vi muchos compañeros que no veía hacía tiempo. Allí se reunió todo el Batallón. Pude comer como a las 6:00 de la tarde y después busqué un lugar en un corral de ordeñar donde dormí algo incómodo y con frío.
A media mañana llegaron varios compañeros procedentes de otros lugares que no veíamos desde los inicios de esta campaña, causando este encuentro gran alegría para todos y de inmediato emprendimos la marcha hasta llegar a El Condado, lugar donde conseguimos algunos camiones que nos trasladaron hasta la Comandancia donde llegamos al medio día.
Polo Viejo, Marzo 22:
Temprano nos levantamos, formamos las filas y desayunamos. Al poco rato llegó Suñol quien dió órdenes de partir. Salimos a pie y después de caminar como 2 kms. nos mandaron a parar y al poco rato a regresar una parte hasta una casa cercana donde se puso la Jefatura. Allí pasamos el resto de la tarde, comimos y dormimos en un cafetal allí situado
Polo Viejo, Marzo 23:
Temprano nos levantamos y después de desayunar partimos. Caminamos un tramo considerable hasta llegar a una casa de compañeros de La Habana donde nos detuvimos a comer algo. Luego seguimos y empezó a llover y nos detuvimos en otra casa cercana donde dormimos
Durante 5 días nos mantuvimos realizando guardias diurnas y ubicando en los alrededores emboscadas durante la noche. El único acontecimiento importante fue la noticia del día 27 que una ráfaga escapada había alcanzado a un compañero en un brazo, el cual fue trasladado rápidamente a la Comandancia. Ese mismo día ya avanzada la noche recibimos la orden de retirarnos, ya era media noche.
Polo Viejo, Marzo 28:
Después de recoger tomamos desayuno que hicieron a esa hora y luego nos dirigimos hacia la Comandancia. Llegamos y allí estaba todo el Batallón. Al poco rato partimos y caminamos unos 5 kms. Cuando pasamos un río y luego subimos una gran loma y llegamos hasta un lugar llamado Limones. Estábamos agotados. Ya había amanecido.
Al poco rato llegó Suñol quien ordenó salir. Llegaron doce camiones en los que montamos. Salimos y pasamos por El Condado. Seguimos hasta pasar Iznaga y tomamos la carretera rumbo a Sancti Spíritus. Desechamos por un camino hasta llegar a un lugar llamado Pitajones. Después de un rato de descanso partimos a pie hasta una zona a unos 3 kms, donde llegamos a un cafetal frente a una casa y acampamos. Al poco rato comimos y después descansamos hasta oscurecer.
Pitajones, Marzo 29:
Temprano nos levantamos. Formamos y oímos magníficas palabras de Milord y después las condenatorias de Sarmiento a un compañero que pidió su licenciamiento. Después desayunamos y al poco rato partimos. Caminamos poco más de 1 km. Y llegamos a una casa donde nos detuvimos. Salieron los responsables a reconocer y nosotros quedamos allí hasta ya de tarde que ellos regresaron. Llegó la noche y nos acostamos.
Desde el 30 de marzo hasta el 6 de Abril que retornamos a la Comandancia, nos mantuvimos dentro de este nuevo “cerco” realizando guardias diurnas y emboscadas nocturnas que movíamos constantemente. Uno de los lugares que más utilizamos fue el interior de una cueva cuya humedad nos agradaba, con la única molestia de los veloces vuelos nocturnos de los murciélagos.
En este período pude saborear un nuevo plato criollo: la jutía conga que con destreza fue capturada por algunos compañeros. En visita que nos hiciera el Jefe de Batallón el 3 de abril ya se comenzó a hablar de nuestro próximo regreso a Holguín
Pitajones, Abril 7:
Temprano nos levantamos, formamos el Batallón y oímos interesantes palabras de MILORD y de Sarmiento. Después desayunamos y partimos caminando. Caminamos 14 kms. Pasamos por la Escuela que pertenecía a Conrado Benítez (Caracusey) pasamos también un lugar llamado Los Aromales.
Después llegamos a un lugar llamado Meyer donde estaban los Batallones de la Costa Norte de Oriente. Allí vi a nuestros compañeros del Colegio. Allí descansamos. Llegó el Cap. Osmany Cienfuegos (hermano de Camilo) y dijo que nuestro Batallón partiría a las 10 de la noche... nuestro Batallón no salió....
Hasta las 2.00 de la tarde del 9 de Abril nos mantuvimos impacientes esperando nuestro turno en los trenes que se sucedían transportando a otras tropas. Nunca supimos la causa de la diarrea que se presentó masivamente durante estos días. Toda la tarde y noche del 9 de Abril y la madrugada del 10 la pasamos viajando en una de las casillas de aquel tren, hasta arribar a Cacocum.
Levinston, Abril 10:
Temprano me desperté muy cansado. El viaje no había terminado. Cerca de las 11 llegamos hasta Levinston, cerca de Holguín. Allí acampamos. Los familiares de todos allí vinieron. Mis padres llegaron por la tarde y estuve toda la tarde con ellos. Por la noche los Batallones comenzaron a salir rumbo del tren de nuevo. Despedí a mis padres y me fui al tren. Allí encontré a los compañeros de mi Cía. Enseguida me acosté y me dormí.
Solo sabíamos que íbamos para Guantánamo (donde se encuentra la Base Naval norteamericana). Cuando desperté día 11 de Abril, el tren pasaba por el Central Baltony y posteriormente por otras localidades rurales hasta llegar a la ciudad de Guantánamo donde nos mantuvimos algunas horas. Arribando nuevamente el tren nos dirigimos a un lugar llamado Emilio Giro donde abandonamos el tren durmiendo a la orilla de un camino cercano.
En horas de la madrugada del 12 de abril tomamos fuimos trasladados en camiones hasta la zona de Yerba Guinea donde radicaba una División del Ejército Rebelde. En las cercanías de La Maya acampamos en la Finca Perseveranza donde acampamos sin otros incidentes.
En la mañana del 13 de Abril después de caminar como medio kilómetro participamos de una reunión con el entonces Jefe del Ejército Oriental Comandante Calixto García, quien nos comunicó la decisión del mando militar de ofrecernos el derecho a formar parte del Ejército Oriental. Un grupo de nuestros compañeros del Batallón 108 expresaron su disposición y fueron reclutados, algunos de los cuales llegaron a obtener altos grados militares.
Fuimos reintegrados a nuestra original ubicación en líneas de defensa en los alrededores de la ciudad de Holguín.
El 16 de Abril, en formación, junto al local de la Jefatura en EL Tahití, escuchamos el histórico discurso de Fidel en el entierro de las víctimas del bombardeo a los aeropuertos, en el cual proclamó el carácter socialista de la Revolución.
Nosotros también levantamos nuestras armas en señal de aprobación. La invasión mercenaria ya estaba en marcha hacia las costas cubanas
Por el combatiente RAMIRO VALDÉS GONZÁLEZ
La larga hilera de vagones cruzó sin detenerse la estación de Cacocum. Esto nos intranquilizó. Regresábamos de las montañas del Escambray tras haber permanecido allí durante más de tres meses. El accidentado y fatigoso viaje había durado 18 horas. Todos nos sentimos molidos de cansancio pero sonreíamos al recordar son satisfacción que cumplimos honestamente con nuestro deber revolucionario.
En la estación divisé por un segundo la silueta añoradas de mi esposa y mis padres. Ellos también me vieron y prorrumpieron en exclamaciones de felicidad y alegría. Sin embargo, el tren continuaba su marcha. Atrás quedaba Cacocum. Frente a nosotros se extendía el verde horizonte de nuestra campiña surcado por una larga cicatriz dividida en dos partes que marchaban paralelo y por encima de las cuales galopaban nuestros vagones. Alguien comentó:
- Quien dijo que había carnavales para nosotros? Ahora nos mandarán para la Sierra Maestra y sabe Díos cuando veremos a nuestras familias.
- Silencio - Ordenó el Jefe del Batallón.
Al cabo de unos minutos los vagones comenzaron a chocar unos con otros . Conocíamos ya esas características: nos estábamos deteniendo. A través de la amplia puerta de nuestro carro pude divisar una inscripción que indicaba el nombre del lugar donde habíamos llegado: LEVINGSTON.
Al poco rato todos comenzamos a ver caras familiares de amigos y compañeros y luego a nuestros seres queridos. Por el camino polvoriento que conducía a Cacocum se acercaban centenares de personas., Desde lejos se oían sus gritos entusiasmados, la escena de amor tierno y profundo que se repetía a mi lado. Todos éramos felices en aquel momento.
- Oye, Ramiro, creo que tenemos que seguir viaje. - murmuró cerca de mí, Rodrigo "El Cuervo", entrañable compañero de la jornada del Escambray.
-- Quien te dijo eso, "Cuervo" ? --- inquirí con extrañeza.
Me lo acaba de decir un compañero del sector. Mira, precisamente, ya están ordenando que vayamos hacia aquellos campos que se ven detrás de la arboleda, para arman el campamento.
Efectivamente. Todos marchaban ya hacia un pequeño claro enclavado a unos dos kilómetros del lugar donde nos encontrábamos. Nos despedimos de nuestros familiares y alcanzamos a la tropa. Muestras ansias por conocer lo que ocurría iban en aumento. De todas formas no encontrábamos optimistas y tranquilos.
Al fin, fuimos llamados a una reunión de todos los oficiales de nuestro Batallón con varios compañeros del Estado Mayor del Ejército de Oriente. Varios minutos estuvimos cambiando impresiones con algunos de estos compañeros sobre el boletín "LA VOZ DEL MILICIANOS", que editábamos en las montañas del Escambray y el cual era objeto de toda clase de comentarios favorables.
Un comandante procedió a explicar los motivos que nos obligaban a seguir adelante sin llegar a nuestra ciudad. Dio a conocer una orden del Estado Mayor en relación con el traslado a un punto de Oriente a los combatientes procedentes del Escambray. Exhortó a los presentes a que convencieran a los compañeros de filas para que nadie retrocediera antes de las dificultades. Y terminó diciendo; "Tenemos que seguir viaje, y ante el dolor que significa para ustedes, que han permanecido varios meses alejados de su hogares y de sus familiares, a la que muchos no han podido ver siguiera, se impone la conciencia del deber y el sacrificio revolucionario! Adelante, compañeros, partiremos al anochecer!"
Sus últimas palabras estaban cargadas de emoción. Todos comprendimos lo difícil que iba a ser para muchos el resistir aquella prueba. No es que dudemos de nuestra fuerza sino que todos allí nos habíamos iniciado hacia muy poco en las contiendas militares. De toda forma, tras varios meses de campaña, ninguno de nosotros esperaba que a pocas millas de Holguín llegase una orden semejante. Ahora venia el momento más escabroso. Cada oficial tenia que comunicarles a sus hombres la orden de partida. No unimos de inmediato a esta tarea y tuvimos que enfrentarnos a reacciones inesperadas de algunos combatientes. Veíamos rostros serios y graves que asentían firmemente, decididos, cuando comprendían que había que seguir adelante. Unos pocos compañeros estallaban en protestas, Fueron momentos que jamás podremos olvidar. Se estaba llevando a efecto una lucha interna de sentimientos encontrados. Por un lado, la añoranza familiar, la falta de calor hogareño, que influyan grandemente en aquellos obreros y campesinos que por vez primera tomaban las armas de la defensa revolucionaria. Por otra parte el deber exigía que siguiéramos adelante, donde la Revolución nos necesitase.
-- Mire, compañero, le prometo que si me dejan un par de horas para ir a Holguín y ver a mi familia, iré con ustedes al fin del mundo -- expreso un combatiente cuando le hube de comunicar a su escuadra la orden de continuar viaje. Lo miré apenado, pero sobreponiéndome le contesté con seguridad:
-- No puede ser compañero. Esta completamente prohibido salir del campamento y además….
--- Pero es que yo no he visto a mi madre -- me interrumpió el compañero con voz ronca y suplicante a la vez.
-- Lo siento, compañero. La orden es inflexible.
Piensa en el peligro que correríamos nuestros pueblos queridos de producirse una agresión imperialista. Que diría Usted si se quedarse en Holguín y luego supiera que muchos de sus compañeros han caído defendiendo el derecho a la vida y la felicidad de nuestro pueblo. Piense eso, compañero, y verá como comprenderá que es necesario seguir viaje.
El combatiente me miró largamente. Luego pareció despertar de un letargo y dando media vuelta se marchó. Algo muy dentro me decía que ese compañero sería uno de los que irían con nosotros a cumplir con la Patria.
Veíamos, a veces, casos excepcionales. Algunas medres, celosas en grado sumo del cariño de sus hijos influían sobre éstos para que se quedasen y no continuaran el viaje. Pero la gran mayoría de ellos nos recordaban a la madre de los Maceo cuando intervenían en aquellos casos y les reprochaban a las mismas ese proceder. Hubo una que con voz emocionada exclamó: "! Mi hijo irá donde haya que ir y no es buena madre aquella que se opone a que su hijo cumpla con su deber!" Así transcurrió la tarde. Muchos compañeros que resultaron muy valiosos en el Escambray, eran incapaces de resistir la prueba y quedaron rezagados, marchando hacia la ciudad.
Pronto anocheció. Esto fue aprovechado por algunos para decidirse por fin abandonar a sus compañeros. Nosotros le veíamos partir y nos resistimos a creer lo que estaba sucediendo. Se marchaban los menos fuertes; se quedaban los que firmes a los postulados revolucionarios subordinaban los intereses personales, los sentimientos filiales, al amor refulgente a la causa de la Revolucióhttps://www.ahora.cu/es/opinion/21996-cinco-mil-holguineros-bajo-las-armas#n, a la realización de las órdenes de la dirigencia militar de la provincia.
Poco a poco nos fuimos acercando a la reunión. Un oficial del Ejercito Rebelde se disponía hablar a los combatientes. Allá a lo lejos nos parecía ir escuchando las congas rítmicas de la ebullición carnavalesca. Las fiestas de Holguín habían sido extendidas durante tres días más en honor de los Batallones de Milicias que regresaban del Escambray. Los carnavales, sin embargo, no pudieron recibir la inyección de entusiasmo que le hubiera proporcionado los miles de combatientes que ya comenzaban a trepara a los vagones.
De un salto nos acomodamos en nuestro vagón, el oficial rebelde hablo poco. A grandes rasgos manifiesta la importancia de nuestra misión. Exhortó a mantener la actitud que habían mantenido los combatientes que se disponían a seguir adelante y nos deseo buena suerte en el desempeño de nuestra labor. El grito de combate de la Revolución de
! PATRIA O MUERTE! Acalló por un momento la sirena tocada por el maquinista anunciando la partida. Un compañero que iba a mi lado comento:
--Algún día habrá que escribir sobre este suceso tan importante.
Le miré con atención. Era el compañero dibujante de nuestro boletín. Dándole palmadas en el hombro, le aseguré:
--- Algún día, compañero, nuestro pueblo conocerá este hecho de tanta trascendencia para nuestro proceso revolucionario. Algún día escribiremos sobre esto.
El compañero movió en sentido afirmativo la cabeza.
Mientras, allá a lo lejos, quedaba el lugar donde habíamos acampado: LEVINGSTON.
Era el 10 de abril de 1961.
Era el preludio de la agresión imperialista.
Por Ventura Carballido Pupo
Después de una intensa caminata, divisamos con un bullir de alegría los perfiles de la vieja estación ferroviaria del poblado de Meyer que tal parecía que nos esperaba gozosa. Era el final de la contienda y los armatostes de hierro se aprestaban para trasladarnos a nuestros hogares en el oriente holguinero.
Al llegar a la cúspide de una elevación, un arenoso y rojizo terraplén se extendía en descenso hasta un asiento ferroviario donde unas construcciones resultarían el lugar de espera conformadas por numerosas corrales algo alejados ofrecían una imagen de finca ganadera. El agua para el consumo parecía contaminada con cal y áridos propios por los utilizados por los constructores
El sol martillaba en el cenit y nos acomodamos como pudimos en aquellos rectángulos, dando la impresión de un almacén de jamones colgantes. El cansancio nos venció y mientras se preparaba un almuerzo frugal, unos dormían y otros echábamos a volar nuestros pensamientos hacía los momentos críticos de nuestra contienda y lo que representaría para cada uno de nosotros el feliz encuentro con las familias.
Sin lugar a dudas, habíamos cumplido con nuestro deber y llevábamos con sincero orgullo el reconocimiento bajo la bandera de toda la dirección política y militar de la primera línea frontal contra el enemigo; las montañas del Escambray.
En el oscurecer, inesperadamente se dio la orden de partida y nos aprestamos a escalar los peldaños al cielo. Ahora no nos esperaban las balas enemigas, ni las abruptas emboscadas, sino, los brazos amantes de nuestras madres, esposas e hijos.
El paisaje mostraba buen tiempo, y el verdor de los campos pasaba raudo por nuestras miradas perdidas en el lejano horizonte que presagiaba momentos de dicha. Por fin, después un largo y fatigoso trayecto el tren cumplía su última parada prevista, en territorio de lo que es hoy la provincia de Holguín. La estación representaba un nudo ferroviario de nombre Levingstón, punto cercano al poblado de Cacocum. Dentro de los vagones comenzó una febril movilidad entre sonrisas y constantes comentarios.
Sin embargo, no se permitió el descenso y esto nos empezó a preocupar, no se observaban los camiones y los ómnibus que nos debían conducir a nuestra querida ciudad. Empezaron las conjeturas, y por minutos corrían los rumores; y en medio de la ya dramática situación que se estaba creando, observamos como aparecían a lo lejos, utilizando todo tipo de transporte, familiares y amigos, que con conocimiento de nuestra presencia no consiguieron esperar pacientemente la llegada a la ciudad, como estaba previsto en las instrucciones ofrecidas.
Era como si algo les anunciara que el deseado encuentro, entre los combatientes, familiares y el pueblo holguinero no se iba a producir ese día. Llegaron muchas madres llenas de emoción, con el involuntario llanto que brotaba de sus ojos, y el afán de ver a sus hijos. Algunas con dos y hasta tres alistados en esa tropa, como le sucedió a la de los Navarros. Otras que además del hijo tenían a su compañero en la vida. Allí estaba una buena representación de padres orgullosos por el patriotismo de sus descendientes, y novias, que ansiaban recibir el apasionado beso de su miliciano enamorado.
Mientras, una parte del pueblo disfrutaba los carnavales, otra se aprestó a compartir la alegría con los recién llegados y muchos trasladaban pomos y jarras con el preciado líquido efervescente a la recepción, con el deseo de brindar por el cumplimiento de la misión y el reencuentro soñado, a pesar de las crudas jornadas acaecidas en el frente montañoso.
El ambiente fue tornándose confuso. La orden era precisa, clara y terminante, expresada en este caso por el capitán, Antonio Pérez Herrero: - -Nadie podía moverse de sus puestos en los vagones-. Sin lugar a dudas esto presagiaba una continuidad de la misión y la incertidumbre y aprensión entre familiares y soldados comenzó a corroer el espíritu del deber en algunos. Los familiares se inquietaban, hasta que por fin después de una larga espera que permitió cavilaciones e hipótesis, un oficial informó la orden de cumplimiento inmediata: se debía continuar la marcha para con urgencia situar a nuestro batallón en las proximidades de la Base Naval de Guantánamo, ante la inminente agresión que ya se aprestaba a realizar el imperialismo norteamericano, por las costas de Baracoa, esto nos convocaba a permanecer movilizados, porque la Patria volvía a estar amenazada.
La noticia fue aplastante. Este era el golpe de gracia para que algunos no analizaran convenientemente la situación, guiados por el impulso incontenible de reencuentro, donde madres con sus expresiones maternales imploraban a sus hijos que descendieran del vagón y obviaran la situación de la urgencia de la Patria.
Estos hechos llenos de inocente e intenso amor filial lograron girar las manecillas del reloj en sentido contrario, sin percatarse que sus nobles acciones en momentos de justificada incertidumbre y en jóvenes aún inmaduros, a pesar de su gigantesca misión que acababan de cumplir, provocarían un impacto emocional y por ende, una variación en su conducta.
La idea de la proximidad de otras acciones armadas desconcertaba a las familias y no querían irse de allí sin sus seres queridos. Otros soldados, la inmensa mayoría, reaccionaron a la inversa ante el influjo delirante de la familia, opusieron sus conceptos y decisiones y decidieron continuar hasta el final de la contienda con la misma decisión mantenida hasta el momento.
Una imagen enturbió el paisaje, en medio de tanta confusión, algunos, quizás los menos, abandonaban sus armas y se marchaban, no sin antes, mostrar en sus tristes ojos visos de lamentable arrepentimiento, como si algo los detuviera, como si una voz en su oído clamara el retorno ante un colectivo de hombres que hasta ese momento habíamos formado una gran familia, a pesar de estos hechos estábamos convencidos que ellos no alimentaban la claudicación. El tiempo nos daría la razón, cuando la Patria necesito de nuevo su aporte.
La inmensa mayoría del pueblo y familias allí congregadas, no usó sus manos para apoyar o estimular el descenso del tren; la usaron para desearnos buena suerte, las levantaron para la despedida, cuando aquella mole de hierro, arrancó sus motores dejando atrás una inolvidable lección para la historia de un grupo de jóvenes combatientes que escribían un capítulo más en las contiendas patrias.
El tren se puso en camino, el traqueteo de las ruedas de hierro comenzó a lastimar nuestros cuerpos cansados por el largo trayecto. Nos esperaba otra extensa jornada y nos acomodamos en el piso de los vagones, mientras observamos los espacios vacíos de nuestros compañeros, con quienes compartíamos algunas horas atrás, nuestras alegrías y temores.
Los que íbamos en aquel tren, en forma resuelta, discurriendo entre dos rieles, impacientes por llegar al nuevo teatro de operaciones asignados por el mando superior, como para los que se bajaron en el anden, pasará este momento, como algo que se inserta o inmortaliza, como situación trascendente y muy especial en nuestras vidas. Sin embargo, al extender la vista por los solitarios parajes campestres, comprendimos que cualquiera de nosotros hubiera podido anteponer el sentimiento filial en momento tan especial, quizás una decisión repentina por una más fuerte personalidad decidió mantener la balanza hacía el deber con la Patria, por encima de cualquier otro.
El tren continuaba su curso, pequeñas poblaciones orientales cruzaban ante nuestra vista y muchas personas salían a las calles levantando sus manos en saludos al paso del ferrocarril. Por fin, llegamos a la ciudad de Guantánamo recesando el viaje en la terminal de trenes de la ciudad. Era imperioso un receso y la tropa fue autorizada al descanso. Largas calzadas de atractivas edificaciones que daban una visión de gran ciudad recibieron en su seno grupos de milicianos que deambulaban de un establecimiento a otro adquiriendo alimentos y chucherías que satisficieran nuestro malogrado paladar.
Era una mañana resplandeciente y pronto se organizó nuestro traslado para una zona cercana de nombre, Hierba de Guinea que nos acogería por varios días en pequeños campamentos diseminados por la zona, en total disposición combativa.
Naves estadounidenses se encontraban describiendo movimientos en el Mar Caribe, y por la zona norte cerca de Baracoa, en aguas internacionales, a la vez que se observaban fuertes movimientos en la Base Naval. Estas maniobras estaban llamadas a desviar la atención de otras zonas importantes del país en el intento de invasión. Pronto cesaron estas actividades móviles en la Base, las embarcaciones se retiraron, y otras fuerzas regulares ocuparon nuestro lugar. El escenario quedaba listo para la cruenta contienda que se avecinaba en el centro del país.
Todo parecía que había concluido y el día 14 de abril de 1961, el Comandante Calixto García, se reunió con nosotros; tenía la misión de Raúl Castro Ruz, Ministro de las FAR, de crear el Ejercito Oriental, por eso, vio en este conglomerado de aguerridos milicianos, una rica fuente de reservas para fundar la unidad militar insignia: La División 50; de esa forma siete días antes de que naciera el Señor Ejército, luego de un llamado a los Hombres del 108, precisamente en Hierba de Guinea, se produjo el juramento por 2 años de muchos de los integrantes del batallón, para la fundación de la referida División 50, del histórico e invencible Ejército Oriental.
La orden de partida hacia nuestra ciudad nos llenó de alegría y raudos y veloces tomamos los camiones que harían el tránsito hasta Holguín. El propio 14 de abril, al oscurecer se abrían las puertas del pueblo y los corazones de sus habitantes para recibir a sus héroes. La caravana recorrió las calles enardecidas de entusiasmo hasta concluir en el parque Calixto García. Al pisar el asfalto nuestros pasos nos guiaron con rapidez hacía el calor hogareño y a los brazos de nuestros seres queridos.
Al día siguiente, después de un sueño reparador y en horas tempranas de la mañana la radio anunciaba a voz en cuello las disposiciones combativas emitidas por la alta dirección del país, decretando la movilización militar general. Era el 15 de abril de 1961 y se preludiaba de forma evidente una invasión armada. Los aeropuertos eran bombardeados y se producía la movilización del país.
El Batallón fue citado radialmente para personarse en su totalidad en los amplios corredores de la llamada agencia POWER, hoy Planta 1ro. de Mayo, con el fin de recoger las armas.
Nuestra sorpresa fue muy emotiva al ver que los primeros que llegaron, a empuñar los fusiles, fueron nuestros compañeros que decidieron quedarse en Levingston. Se volvían a montar en el tren de la dignidad que esta vez nos conduciría a la sede inicial de nuestra preparación combativa, el campamento El Tahití
Aunque no estaba en el ánimo de ninguno de los que regresamos de Guantánamo, tocar el tema, fueron ellos, los que intentaron pedir disculpa por lo sucedido. No le dimos posibilidades, no resultaba necesario, ya estábamos juntos y con el mismo patriotismo que siempre nos caracterizó. Apostados en aquellas trincheras que abrimos con nuestras manos y empuñando aquellas armas que llenas de grasa nos entregaron un 31 de diciembre de 1960, seguiríamos adelante por la senda del combate, defendiendo los postulados patrios y cumpliendo con las órdenes del Comandante en Jefe.
Esos compañeros, con su positiva actitud, lograron escalar importantes responsabilidades, tanto en el MININT, las FAR, y otras instituciones públicas, demostrando su alta valía, que nunca perdieron.
Este suceso por su gran connotación y por su alta dosis de sensibilidad para los combatientes del batallón, sus familiares y amigos, siempre fue motivo de pocos comentarios. Nadie quería lesionar ni con el pensamiento a aquellos compañeros que por complacer a los familiares, o por no haber hecho acopio de la inmensa fortaleza que aconsejaba un momento especial, pasaron por circunstancias tan adversas.
Principios justos, comprensibles del valor humano, siempre condujeron la ética de nuestro Batallón # 108, su cuidado y caballerosidad en el tratamiento personal de la tropa, sin ceder un ápice en el cumplimiento del deber fue la razón por lo que pudo escribir páginas gloriosas en la historia de nuestra Patria.
Esta triste lección no solo deben apreciarla los que se quedaron en el anden y que nunca fueron tildados de desertores y siempre gozaron del respeto de todos sus compañeros, sino los 484 milicianos de este glorioso batallón, y más importante aún, las generaciones de revolucionarios que mediante la presente obra conocerán de esta inesperada situación que insólitamente aconteció, sin preverlo, resultado de una dinámica que se presentó en el camino de esta dotación miliciana.
La historia, aunque a veces dura, siempre debe servir para incidir en la conciencia de las nuevas generaciones de revolucionarios, que como singulares lecciones que le pueden ser útil en esta continuidad al servicio de la patria, hay que contarlas incuestionablemente. Por imperativo del valor que este suceso tiene para la historia de esta formación combativa, omitirla en cualquier acercamiento a la misma resultaría imperdonable.
Un día un combatiente de nuestro glorioso batallón, quiso poner en blanco y negro sus impresiones de lo sucedido, y cambiando su apellido, quizás para evitar molestias y frustraciones, escribió este trabajo, que lo publicó en la revista Verde Olivo, el que exponemos íntegramente a disposición de los lectores, como colofón de este capítulo. ==============================================================
Un lunar en el camino. Una lección inolvidable.
Por Ventura Carballido Pupo
Después de una intensa caminata, divisamos con un bullir de alegría los perfiles de la vieja estación ferroviaria del poblado de Meyer que tal parecía que nos esperaba gozosa. Era el final de la contienda y los armatostes de hierro se aprestaban para trasladarnos a nuestros hogares en el oriente holguinero.
Al llegar a la cúspide de una elevación, un arenoso y rojizo terraplén se extendía en descenso hasta un asiento ferroviario donde unas construcciones resultarían el lugar de espera conformadas por numerosas corrales algo alejados ofrecían una imagen de finca ganadera. El agua para el consumo parecía contaminada con cal y áridos propios por los utilizados por los constructores
El sol martillaba en el cenit y nos acomodamos como pudimos en aquellos rectángulos, dando la impresión de un almacén de jamones colgantes. El cansancio nos venció y mientras se preparaba un almuerzo frugal, unos dormían y otros echábamos a volar nuestros pensamientos hacía los momentos críticos de nuestra contienda y lo que representaría para cada uno de nosotros el feliz encuentro con las familias.
Sin lugar a dudas, habíamos cumplido con nuestro deber y llevábamos con sincero orgullo el reconocimiento bajo la bandera de toda la dirección política y militar de la primera línea frontal contra el enemigo; las montañas del Escambray.
En el oscurecer, inesperadamente se dio la orden de partida y nos aprestamos a escalar los peldaños al cielo. Ahora no nos esperaban las balas enemigas, ni las abruptas emboscadas, sino, los brazos amantes de nuestras madres, esposas e hijos.
El paisaje mostraba buen tiempo, y el verdor de los campos pasaba raudo por nuestras miradas perdidas en el lejano horizonte que presagiaba momentos de dicha. Por fin, después un largo y fatigoso trayecto el tren cumplía su última parada prevista, en territorio de lo que es hoy la provincia de Holguín. La estación representaba un nudo ferroviario de nombre Levingstón, punto cercano al poblado de Cacocum. Dentro de los vagones comenzó una febril movilidad entre sonrisas y constantes comentarios.
Sin embargo, no se permitió el descenso y esto nos empezó a preocupar, no se observaban los camiones y los ómnibus que nos debían conducir a nuestra querida ciudad. Empezaron las conjeturas, y por minutos corrían los rumores; y en medio de la ya dramática situación que se estaba creando, observamos como aparecían a lo lejos, utilizando todo tipo de transporte, familiares y amigos, que con conocimiento de nuestra presencia no consiguieron esperar pacientemente la llegada a la ciudad, como estaba previsto en las instrucciones ofrecidas.
Era como si algo les anunciara que el deseado encuentro, entre los combatientes, familiares y el pueblo holguinero no se iba a producir ese día. Llegaron muchas madres llenas de emoción, con el involuntario llanto que brotaba de sus ojos, y el afán de ver a sus hijos. Algunas con dos y hasta tres alistados en esa tropa, como le sucedió a la de los Navarros. Otras que además del hijo tenían a su compañero en la vida. Allí estaba una buena representación de padres orgullosos por el patriotismo de sus descendientes, y novias, que ansiaban recibir el apasionado beso de su miliciano enamorado.
Mientras, una parte del pueblo disfrutaba los carnavales, otra se aprestó a compartir la alegría con los recién llegados y muchos trasladaban pomos y jarras con el preciado líquido efervescente a la recepción, con el deseo de brindar por el cumplimiento de la misión y el reencuentro soñado, a pesar de las crudas jornadas acaecidas en el frente montañoso.
El ambiente fue tornándose confuso. La orden era precisa, clara y terminante, expresada en este caso por el capitán, Antonio Pérez Herrero: - -Nadie podía moverse de sus puestos en los vagones-. Sin lugar a dudas esto presagiaba una continuidad de la misión y la incertidumbre y aprensión entre familiares y soldados comenzó a corroer el espíritu del deber en algunos. Los familiares se inquietaban, hasta que por fin después de una larga espera que permitió cavilaciones e hipótesis, un oficial informó la orden de cumplimiento inmediata: se debía continuar la marcha para con urgencia situar a nuestro batallón en las proximidades de la Base Naval de Guantánamo, ante la inminente agresión que ya se aprestaba a realizar el imperialismo norteamericano, por las costas de Baracoa, esto nos convocaba a permanecer movilizados, porque la Patria volvía a estar amenazada.
La noticia fue aplastante. Este era el golpe de gracia para que algunos no analizaran convenientemente la situación, guiados por el impulso incontenible de reencuentro, donde madres con sus expresiones maternales imploraban a sus hijos que descendieran del vagón y obviaran la situación de la urgencia de la Patria.
Estos hechos llenos de inocente e intenso amor filial lograron girar las manecillas del reloj en sentido contrario, sin percatarse que sus nobles acciones en momentos de justificada incertidumbre y en jóvenes aún inmaduros, a pesar de su gigantesca misión que acababan de cumplir, provocarían un impacto emocional y por ende, una variación en su conducta.
La idea de la proximidad de otras acciones armadas desconcertaba a las familias y no querían irse de allí sin sus seres queridos. Otros soldados, la inmensa mayoría, reaccionaron a la inversa ante el influjo delirante de la familia, opusieron sus conceptos y decisiones y decidieron continuar hasta el final de la contienda con la misma decisión mantenida hasta el momento.
Una imagen enturbió el paisaje, en medio de tanta confusión, algunos, quizás los menos, abandonaban sus armas y se marchaban, no sin antes, mostrar en sus tristes ojos visos de lamentable arrepentimiento, como si algo los detuviera, como si una voz en su oído clamara el retorno ante un colectivo de hombres que hasta ese momento habíamos formado una gran familia, a pesar de estos hechos estábamos convencidos que ellos no alimentaban la claudicación. El tiempo nos daría la razón, cuando la Patria necesito de nuevo su aporte.
La inmensa mayoría del pueblo y familias allí congregadas, no usó sus manos para apoyar o estimular el descenso del tren; la usaron para desearnos buena suerte, las levantaron para la despedida, cuando aquella mole de hierro, arrancó sus motores dejando atrás una inolvidable lección para la historia de un grupo de jóvenes combatientes que escribían un capítulo más en las contiendas patrias.
El tren se puso en camino, el traqueteo de las ruedas de hierro comenzó a lastimar nuestros cuerpos cansados por el largo trayecto. Nos esperaba otra extensa jornada y nos acomodamos en el piso de los vagones, mientras observamos los espacios vacíos de nuestros compañeros, con quienes compartíamos algunas horas atrás, nuestras alegrías y temores.
Los que íbamos en aquel tren, en forma resuelta, discurriendo entre dos rieles, impacientes por llegar al nuevo teatro de operaciones asignados por el mando superior, como para los que se bajaron en el anden, pasará este momento, como algo que se inserta o inmortaliza, como situación trascendente y muy especial en nuestras vidas. Sin embargo, al extender la vista por los solitarios parajes campestres, comprendimos que cualquiera de nosotros hubiera podido anteponer el sentimiento filial en momento tan especial, quizás una decisión repentina por una más fuerte personalidad decidió mantener la balanza hacía el deber con la Patria, por encima de cualquier otro.
El tren continuaba su curso, pequeñas poblaciones orientales cruzaban ante nuestra vista y muchas personas salían a las calles levantando sus manos en saludos al paso del ferrocarril. Por fin, llegamos a la ciudad de Guantánamo recesando el viaje en la terminal de trenes de la ciudad. Era imperioso un receso y la tropa fue autorizada al descanso. Largas calzadas de atractivas edificaciones que daban una visión de gran ciudad recibieron en su seno grupos de milicianos que deambulaban de un establecimiento a otro adquiriendo alimentos y chucherías que satisficieran nuestro malogrado paladar.
Era una mañana resplandeciente y pronto se organizó nuestro traslado para una zona cercana de nombre, Hierba de Guinea que nos acogería por varios días en pequeños campamentos diseminados por la zona, en total disposición combativa.
Naves estadounidenses se encontraban describiendo movimientos en el Mar Caribe, y por la zona norte cerca de Baracoa, en aguas internacionales, a la vez que se observaban fuertes movimientos en la Base Naval. Estas maniobras estaban llamadas a desviar la atención de otras zonas importantes del país en el intento de invasión. Pronto cesaron estas actividades móviles en la Base, las embarcaciones se retiraron, y otras fuerzas regulares ocuparon nuestro lugar. El escenario quedaba listo para la cruenta contienda que se avecinaba en el centro del país.
Todo parecía que había concluido y el día 14 de abril de 1961, el Comandante Calixto García, se reunió con nosotros; tenía la misión de Raúl Castro Ruz, Ministro de las FAR, de crear el Ejercito Oriental, por eso, vio en este conglomerado de aguerridos milicianos, una rica fuente de reservas para fundar la unidad militar insignia: La División 50; de esa forma siete días antes de que naciera el Señor Ejército, luego de un llamado a los Hombres del 108, precisamente en Hierba de Guinea, se produjo el juramento por 2 años de muchos de los integrantes del batallón, para la fundación de la referida División 50, del histórico e invencible Ejército Oriental.
La orden de partida hacia nuestra ciudad nos llenó de alegría y raudos y veloces tomamos los camiones que harían el tránsito hasta Holguín. El propio 14 de abril, al oscurecer se abrían las puertas del pueblo y los corazones de sus habitantes para recibir a sus héroes. La caravana recorrió las calles enardecidas de entusiasmo hasta concluir en el parque Calixto García. Al pisar el asfalto nuestros pasos nos guiaron con rapidez hacía el calor hogareño y a los brazos de nuestros seres queridos.
Al día siguiente, después de un sueño reparador y en horas tempranas de la mañana la radio anunciaba a voz en cuello las disposiciones combativas emitidas por la alta dirección del país, decretando la movilización militar general. Era el 15 de abril de 1961 y se preludiaba de forma evidente una invasión armada. Los aeropuertos eran bombardeados y se producía la movilización del país.
El Batallón fue citado radialmente para personarse en su totalidad en los amplios corredores de la llamada agencia POWER, hoy Planta 1ro. de Mayo, con el fin de recoger las armas.
Nuestra sorpresa fue muy emotiva al ver que los primeros que llegaron, a empuñar los fusiles, fueron nuestros compañeros que decidieron quedarse en Levingston. Se volvían a montar en el tren de la dignidad que esta vez nos conduciría a la sede inicial de nuestra preparación combativa, el campamento El Tahití
Aunque no estaba en el ánimo de ninguno de los que regresamos de Guantánamo, tocar el tema, fueron ellos, los que intentaron pedir disculpa por lo sucedido. No le dimos posibilidades, no resultaba necesario, ya estábamos juntos y con el mismo patriotismo que siempre nos caracterizó. Apostados en aquellas trincheras que abrimos con nuestras manos y empuñando aquellas armas que llenas de grasa nos entregaron un 31 de diciembre de 1960, seguiríamos adelante por la senda del combate, defendiendo los postulados patrios y cumpliendo con las órdenes del Comandante en Jefe.
Esos compañeros, con su positiva actitud, lograron escalar importantes responsabilidades, tanto en el MININT, las FAR, y otras instituciones públicas, demostrando su alta valía, que nunca perdieron.
Este suceso por su gran connotación y por su alta dosis de sensibilidad para los combatientes del batallón, sus familiares y amigos, siempre fue motivo de pocos comentarios. Nadie quería lesionar ni con el pensamiento a aquellos compañeros que por complacer a los familiares, o por no haber hecho acopio de la inmensa fortaleza que aconsejaba un momento especial, pasaron por circunstancias tan adversas.
Principios justos, comprensibles del valor humano, siempre condujeron la ética de nuestro Batallón # 108, su cuidado y caballerosidad en el tratamiento personal de la tropa, sin ceder un ápice en el cumplimiento del deber fue la razón por lo que pudo escribir páginas gloriosas en la historia de nuestra Patria.
Esta triste lección no solo deben apreciarla los que se quedaron en el anden y que nunca fueron tildados de desertores y siempre gozaron del respeto de todos sus compañeros, sino los 484 milicianos de este glorioso batallón, y más importante aún, las generaciones de revolucionarios que mediante la presente obra conocerán de esta inesperada situación que insólitamente aconteció, sin preverlo, resultado de una dinámica que se presentó en el camino de esta dotación miliciana.
La historia, aunque a veces dura, siempre debe servir para incidir en la conciencia de las nuevas generaciones de revolucionarios, que como singulares lecciones que le pueden ser útil en esta continuidad al servicio de la patria, hay que contarlas incuestionablemente. Por imperativo del valor que este suceso tiene para la historia de esta formación combativa, omitirla en cualquier acercamiento a la misma resultaría imperdonable.
Un día un combatiente de nuestro glorioso batallón, quiso poner en blanco y negro sus impresiones de lo sucedido, y cambiando su apellido, quizás para evitar molestias y frustraciones, escribió este trabajo, que lo publicó en la revista Verde Olivo, el que exponemos íntegramente a disposición de los lectores, como colofón de este capítulo. ==============================================================