Miró Argenter: defensor de las buenas causas
- Por Yani Martínez Peña
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“Quien no le conozca a Ud. no podrá apreciar con verdadera justicia sus bellísimas y honradas cualidades de hombre libre, abnegado y sufrido defensor de las buenas causas; protector de la justicia y el derecho, a que consagran sus esfuerzos los hombres que, como usted, han templado su alma al calor de la dignidad y la virtud”.
Así describía Antonio Maceo a José Miró Argenter, en carta dirigida a este desde Kingston, Jamaica, el 3 de noviembre de 1890. Su vínculo con la gesta independentista cubana, con el Titán de Bronce, con el periodismo como trinchera de la palabra y con Holguín como paisaje de refugio, combate y evocación, lo convierten en una figura clave de nuestra historia nacional y local.
“Rebelde por naturaleza, en 1872 abandonó Barcelona para, en unión de unos amigos, levantarse en armas bajo la bandera del carlismo. Por su cultura, inteligencia y audacia, el improvisado militar fue ascendido a teniente, otorgándosele el mando de una compañía. Pacificada Cataluña, retornó al hogar, donde se encontró con la triste noticia de que su madre había fallecido”, refiere un artículo publicado recientemente en el periódico Granma.
Afectado por esa noticia, dejó España y llegó a La Habana, a mediados de 1874, donde permanecería solo dos años para luego trasladarse a Santiago de Cuba por motivos de salud. Allí trabajaba, como capataz del ingenio Río Grande cuando, el 8 de mayo de 1878, se produjo la entrevista de los generales Arsenio Martínez Campos y Antonio Maceo, previa a la salida del jefe cubano rumbo a Jamaica.
Así relataría más tarde aquel histórico encuentro: “iSuceso singular! En 1878, almorcé con Maceo y con Martínez Campos al venir el primero del monte, para embarcar. En la conversación que yo sostuve con Maceo, se me deslizaron algunas frases que, oídas por el doctor Ledesma, el médico de Martínez Campos, le dieron ocasión de decirle al general español: Ese Miró es más insurrecto que el mismo Maceo.”
Fue entonces que estrechó su vida a la de Antonio Maceo, el más audaz de los jefes mambises. Junto al Titán de Bronce compartió campañas, penurias, estrategias, y la admiración mutua se transformó en una de las complicidades más fértiles de la historia militar cubana. Miró no solo fue organizador y combatiente, sino que asumió también la responsabilidad de registrar con exactitud y belleza los hechos que vivía.
De ese compromiso nacería una obra monumental: Crónica de la guerra, escrita en cuatro tomos entre 1899 y 1905. En este texto, Miró logra no solo narrar los sucesos, sino dotarlos de profundidad humana. Es ahí donde Holguín se convierte en uno de los escenarios recurrentes: la Invasión, las operaciones en la región oriental, los combates en las serranías holguineras, todo pasa por su mirada entrenada para la observación precisa y la emoción contenida.
La muerte del Maestro fue reseñada por Miró Argenter en sus crónicas con honda belleza.
No fue casual, entonces, que la tierra holguinera, generosa con sus héroes, acogiera en más de una ocasión al catalán hecho cubano. José Miró Argenter fue el primer hombre en dar la voz para que los holguineros se alzaran en armas en la guerra organizada por José Martí. El 23 de febrero de 1895 llegó a Mala Noche, en la jurisdicción de Holguín, proveniente de Manzanillo. Le acompañaban Luis Jerez y otros hombres y allí se les incorporaron Diego Carballo y Pablo García. Se hospedaron en la casa de Antonio Santiesteban, a quien pidió Miró que le comunicara a los hermanos Rodríguez, a los Sartorio, a Panchito Frexes y otros, el lugar donde se encontraba: así se inició la Guerra Necesaria en el territorio holguinero.
Pero sería injusto encasillar a Miró Argenter solo como cronista o militar. Su vida fue también un acto de fe en el poder de la palabra. Su estilo, denso y depurado, no rehuía la polémica ni el pensamiento. En un país donde tantas veces la independencia se redujo al ruido del machete, él defendió la necesidad de construir la nación también desde las ideas.
En esos textos, Miró alertó sobre los peligros del entreguismo político, denunció la injerencia norteamericana, defendió la integridad de los veteranos y se convirtió, sin proponérselo, en una conciencia crítica de la naciente república. No buscaba honores, y en efecto, murió en 1905 en la pobreza y el olvido. Años después, sería redescubierto por historiadores y escritores que encontraron en su obra una mina de lucidez y verdad.
Luego del combate de San Pedro, el 7 de diciembre de 1896, donde cayó Antonio Maceo y él resultó herido, Miró pidió licencia para regresar a las provincias orientales a reponer su salud. Se quedó en una zona de Camagüey, con su familia en el monte, y se dedicó a escribir para el periódico El Cubano Libre y sus Crónicas de la Guerra, que posteriormente a la salida de España de la Isla fueron publicadas como libro, refleja un artículo publicado por María Julia Guerra y Edith Santos en el blog Aldea Cotidiana, en el que puede encontrarse un resumen cabal de la relación de Miró con la tierra holguinera.
Terminada la guerra volvió a Manzanillo y fundó y dirigió el periódico La Democracia. El 23 de enero de 1899 lo nombraron inspector del Departamento Oriental. Asimismo se desempeñó como secretario de la Junta Liquidadora del Ejército Libertador. Finalmente se estableció en La Habana y durante los primeros años de la República se encargó del archivo del Ejército Libertador. Murió en la capital cubana, el 2 de mayo de 1925.
Miró no nació en Cuba, pero fue más cubano que muchos. No era oriental, pero Holguín lo guarda como suyo. Y en cada joven que hoy aprende de nuestras guerras, hay algo de esa mirada suya, exacta y amorosa, que supo ver en la manigua no solo un campo de batalla, sino una patria en construcción.