Celia, por siempre Celia
- Por Milo García
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La llamaban Norma, Carmen, Aly, Liliana, Caridad, pero era Celia; Celia Sánchez Manduley. Nació un 9 de mayo, Tauro si miramos la astrología, signo de tierra que, según el obispo Eusebio de Cesarea, está relacionado con la diosa Astarté, quien, además de representar a la vida y a la madre naturaleza, se convirtió en la diosa de la guerra.
Me gusta relacionar la historia con la astrología -nótese en las anteriores líneas-. Pero con ella es innecesario mencionar las interminables bondades que describen a la posición de los planetas en la hora de su nacimiento, es innecesario revisar las notas sobre su signo solar; su sola existencia permitiría escribir teorías sobre la calidad humana.
Eugenia Palomares Ferrales, quien fuera adoptada por Celia a los 8 años confesó: “Vivir con Celia fue un placer inmenso y además, un proceso de formación, porque todo lo que soy y lo que aprendí se lo debo a ella (...) Nos inculcó el respeto a los maestros, que para ella eran sumamente importantes".
Todos la conocen por ser la primera mujer en integrar el Ejército Rebelde y otras hazañas, pero quién era esa mujer, quién era la llamada "Flor autóctona de la Revolución".
Celia nació en una casita de Media Luna, casi toda de madera, donde, seguramente, aprendió amar a las plantas; siempre que podía se rodeaba de ellas. Me he imaginado escenas donde le canta a la flor mariposa, así como en susurro, sin saber la conexión futura que le esperaría.
Era un tanto traviesa, un día se llevó a la boca un bulbito de penicilina que pudiera haberla llevado a la muerte. Por suerte su padre era médico y pudo aguardar esa vida que hoy recordamos con tanta dulzura. Las bromas, por su parte, nunca faltaron, solía cerrar la llave de paso de su casa para así dejar en pleno jabonado a cualquiera con la mala suerte de estarse bañando en su momento de aburrimiento.
Era de esas que se adornaba el pelo con flores. Aún en las montañas conservaba su diálogo con ellas, y es que era consciente de que para verlas crecer no solo era necesario regarlas, sino también hablarles.
Aunque de pequeña su maestra de primaria, Adolfina Cossío, la percibiera tímida y frágil, nada fuera de la realidad. Pareciera que aquella niña estaba guardando energía o, quizás, ideando un plan maestro para cambiar el mundo.
En los archivos de la Oficina de Asuntos Históricos de la Presidencia de la República, se conserva un intento de diario que escribió por solo seis días:
Nunca pensé escribir diario. Mi vida no ha sido nada interesante como para escribir boberías: Esta guerra y las circunstancias me obligan a anotar hechos interesantes para facilitarle a la Historia de Cuba la verdad.