Tropezar con la misma piedra
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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Cada vez que regreso a casa de la feria dominical de Los Chinos me juro a mi misma que esa es la última vez, pero pasado del tiempo pienso que seguro ha cambiado, para mejor, y me animo a volver, como este último fin de semana que retorné para tropezar con una piedra mucho más grande.
Ah, pero el domingo bien temprano había corriente y servicio de Acueducto, un hilo del preciado líquido aunque posible para llenar vasijas poco a poco, las dos cosas principales para lavar, limpiar y así hicimos, primero esto y después echar algo al viandero y así garantizar parte de las necesidades alimentarias.
A las 12 del mediodía bajo un fuerte sol y alta temperatura ya estaba camino a la Feria (nunca antes había ido tan tarde) con la esperanza de que hubieran bajado un poquito los precios, pues siempre había escuchado que ese “tiro de gracia” acontecía después del mediodía; además que estuvieran activos los inspectores, existiera organización o al menos un ápice de disciplina, respeto y algo de apego a algunas de las resoluciones vigentes para este tipo de comercio en esa extensa área de venta, no solo de productos del agro sino de cualquier mercancía y de una variedad increíble que pueda cualquiera imaginar y, si no lo cree haga la prueba y pregunte que enseguida le darán las coordenadas exactas.

El mercado agropecuario Los Chinos cerrado, un asunto que en varias ocasiones se ha señalado. No se entiende que el domingo no trabajen hasta las dos o las tres para darle chance al trabajador. Por tal motivo solo quedaba una opción, la Feria, y hacía allí enrumbamos esquivando bicitaxis, bicicletas, triciclos, motorinas, carretillas y otros medios de transporte que transitan constantemente de un extremo a otro, sin importar el transeúnte. Antes se prohibía el tránsito vehicular de todo tipo por esa vía.
Desde la misma entrada de la calle que atraviesa el reparto Lenin, sí la misma que fue tomada de a porque sí, primero por carretilleros y poco a poco por el que quisiera vender, se aprecia el desparpajo reinante en esa zona, de donde se sabe cómo se entra, pero no cómo sale, o sí, muy parecido a un gallo desplumado.
En primer lugar a ninguno de los vendedores les tiembla la mano para escribir en pedazos de cartones o pizarras los precios que les dé la real gana, sin contemplación, pero sí llenos de faltas de ortografía y concordancia y de forma engañosa, porque no son pocos que lo anunciado tiene relación con la realidad al momento de liquidar lo echado en la jaba. Entonces el cliente mira y queda perplejo, por aquello de los precios regulados en productos, como el arroz de producción nacional, pues se violan ante la vista de todos. Desde las primeras mesas se promueve ese cereal básico en el plato nuestro a 220, 250 o 280 pesos la libra y nada de importación, más cubano que la Palma Real; la de pollo entre 360, 380 y más; el plátano 50 y 60 pesos la unidad; el cartón de huevo por encima de los 3 mil pesos, boniato a 60 y 70 y así por el estilo los plátanos fruta, ajíes, ajo, cebolla, malanga y en general toda la oferta de alimentos.
Nada de pasarelas de pago, eso no existe para casi la totalidad de los dependientes y cuando se pregunta la respuesta es ¿para comprar qué? y cuando dices, están las más variadas respuestas que todas conducen al No: ah, no eso no, o es por EnZona, transferencia a esta tarjeta o con 10 por ciento de recargo.
Como se anunciaba en un gran letrero en una de las puertas del camión matrícula B-242 203 varios tipos de “pescados frescos, en efectivo la libra a 360 la libra y por transferencia a 380” y debajo el número de una tarjeta y el teléfono a confirmar. Todo muy bien detallado y legible…
Pero nada más criticable que ver niños y adolescentes pregonando mercancías y también a los más grandecitos vendiendo junto a adultos o solos; personas en estado de embriaguez, otros hacer necesidades fisiológicas en las esquinas o detrás de timbiriches; montones de residuos de productos esparcidos por doquier, un viejo salidero poco antes del Mercado Holguín, que alivia calle abajo y es el agua que vemos estancada en la rotonda aledaña al hospital; la gente pasa y pasa y es como si todo fuera normal.
¿El Cuerpo de Inspección o algún responsable del área? No vi a ninguno y subí hasta el Mercado Holguín y bajé por toda la calle de la Feria, observé la animación presente en la Sala de Video, que sigue arrendada para la venta de comida y bebidas alcohólicas, uno de los tantos locales de la Batalla de Ideas que ha corrido similar suerte, como si no fuera posible convertirlos en centros más instructivos en bien de las comunidades donde se encuentra; entré a la Plaza, donde hay bastantes quioscos dispersos, unos más ordenados que otro, pero ahí y, precisamente, allí estaba el camión de los pescados bajo una mata para evitar el sol.
En fin, la vida sigue igual y volví a tropezar con la misma piedra, por no cumplir con mi promesa de no volver a la feria dominical de Los Chinos.