Un hueco para las flores

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Mi abuela ha muerto y no tenemos hueco para sus cosas. No tenemos donde guardar las sábanas ni los collares ni las faldas ni los moldes. No tenemos donde guardar las cucharas ni las tazas ni la Biblia preciada que le heredó su madre. No tenemos donde guardar la libreta con los números de teléfono de todos los familiares, vivos y muertos, ni las páginas anotadas con los cumpleaños de sus amigas. No tenemos donde guardar la vieja paleta de maquillaje ni el labial marrón con el que se pintaba los labios. No tenemos donde guardar el perfume dorado que aún le queda la mitad y no tenemos donde guardar un olor que solo era de ella.

No tenemos donde guardar el silencio del teléfono fijo que solo ella marcaba. No tenemos donde guardar la ausencia de las preguntas que solo ella nos hacía. No tenemos donde guardar los platos con pudín que nos daba todos los domingos ni los paquetitos bien cerrados de comino y de orégano y de té que nos echaba en el bolso. No tenemos donde guardar los regaños ni tenemos una llave extra en los bolsillos para visitarla en la casa y no llamar a la puerta por si estaba dormida.

No tenemos hueco para guardar los manteles ni los olores ni los cafés ni el tiempo perdido. No tenemos hueco para echar los arrepentimientos y las tantas preguntas de qué hubiera sido. Qué habría hecho si hubiera sabido que se nos iba. Y que se nos iba tan rápido. ¿Hubiera preparado el espacio? ¿Hubiera limpiado el armario para guardarla? ¿Hubiera sido capaz de construir una cajita de cristal, fresca y tranquila, solo para ella?

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Que extraño es el luto y que extrañas son las perdidas. Que extraño que no haya un manual para saber vivir —sobrevivir— cuando alguien se ha ido. Que extraño que nadie te advierta que tienes que hacer un gran espacio en la esquina de tu casa y debajo de tus almohadas y en los cajones de la cocina, ahí, para guardarla. Porque no cabe en ningún lado. La ausencia nunca lo hace.

La perdimos y no tenemos espacio. No tenemos espacio para las flores, ni las velas, ni los rezos. Ni para las historias de cuando era niña ni para aquella vieja anécdota de carnaval. No tenemos hueco para el cuento de cuando se enamoró por primera vez ni para que nos diga una vez más cómo nació mi mamá. No tenemos hueco para sus sueños ni para sus estampas de santas ni para las promesas que nos dejó por cumplir.

No tenemos dónde guardar las llamadas de temprano en las mañanas para aconsejarnos el café con nuez moscada para quitarnos la migraña, el té de cebolla para los catarros, la sábila para enfriar la piel. Para contarnos la novela del día anterior. Para preguntarnos qué cocinamos en el apagón. Para saber del perro. Para saber del vecino. Para saber de mamá. Para saber de mí. Para saber.

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Que extraño es el luto. Que extraño velar en apagón y velar en general. Que extraño regresar a casa y que el teléfono fijo no suene. Que extraño es extrañar. Extrañar, hacer huecos. Uno y otro y otro más. Uno que sea para flores. Otro lo suficiente grande como para guardarnos junto a ella.


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Comentarios  

# Irina A 12-07-2025 10:24
Conmovedora, preciosa historia, cercana.
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# Irina A 12-07-2025 10:27
Conmovedora y preciosa historia. Es lo mas hermoso que he leído en los últimos días.
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