Sobre un café con leche tibio y sin ti
- Por Mari Lam, estudiante de Periodismo
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Hoy me volví a acordar de ti. Me acordé de todas esas últimas veces que tuve contigo que no sabía que serían eso, la última. Se lo conté a una amiga esta mañana, le hablé de ti, como siempre hago.
Le conté sobre aquel día agotador de Romerías de Mayo. Llegué en la tarde a tu casa, que siempre se sintió mía. Me tiré en el sillón, la cabeza sobre el brazo. Tú te acercaste y me pasaste la mano. Siempre, desde que tengo memoria, tuviste la misma forma de hacerlo. Desde la raíz hasta los medios, suavecito, como quien sostiene la cabeza de un bebé.
Me preguntaste qué pasaba, porque siempre sabías cuando sucedía algo. Yo debía marcharme pronto y me pediste que regresara, que me ibas a preparar un café con leche tibio, como sabías que me gustaba. Yo te dije que sí, que volvería más tarde. Y no lo hice. Lo olvidé entre trabajos, rutinas y órdenes. Olvidé tu café y que me estabas esperando, que en el brazo de su sillón quedaba la huella de mi cabeza y que siempre estabas ahí para mí. Y lo recordé hoy, tantos meses después, ahora que ya no te tengo.
Que extraño es el luto. ¿Verdad? Un vacío eterno, que nada llena y que a veces crece y crece y amenaza con tragarme.
Es difícil olvidarlo cuando te encuentro en todos lados: en manteles bordados, en frutas de estación, en velas con olor a vainilla y en la receta de una panetela que nunca logro hacer. Te encuentro en prendas de ropa, en faldas largas y en espejos de maquillaje. Te encuentro en bolsos y joyas y en los anillos que tanto te gustaba usar.
Te encuentro en pañuelos y jarras y en tazas de té. Te encuentro en la canela del arroz con leche, en el pasto húmedo de las mañanas, en la planta que me regalaste y florece a cada rato y en el camino hacia la Universidad que me decías que me cuidara. Te encuentro en todos lados y no entiendo cómo, si tanto estás, debo aceptar que te marchaste.
En tus libros de cocina había una página doblada por la esquina. La receta dice así: 4 huevos, una taza de azúcar, harina, leche y aceite. La he intentado ya tantas veces y no encuentro ese sabor que le dabas tú.
Tampoco sé cuál es la medida de las cucharadas, ni recuerdo el cumpleaños de mis primos si no llamas, ni las direcciones de tus amigas. No recuerdo dónde arreglan sombrillas ni a dónde ibas a comprar las plantas.
Me dejaste con preguntas que nadie puede responder y con la tendencia de pasar por tu casa a ver si estás para hacértelas. A ver si puedo pasar y decirte, abuela, hoy no fue un buen día. Y saber que está el sofá, que está esa tacita de leche y tibia y que estás tú.
Pero que extraño este vacío. Nadie te enseña a vivir sin alguien. Nadie te explica qué debes hacer. Le conté a una amiga de ti. Hablamos sobre esto. Hablamos sobre la piedad de las últimas veces. Y sobre esa inocencia que nos toca, esa ingenuidad, de nunca saber que son las últimas.
