“¡Yo, Comandante!”
- Por Luly Legrá y Lourdes Pichs
- Hits: 4019

“¿Quién es, Isidora Gordon Benjamín?”, la pregunta hecha por el Líder Histórico Fidel Castro, hace ya cerca de cuatro décadas en un plenario lleno de jóvenes de todo el país, nunca la ha olvidado la enfermera holguinera, como tampoco su entrecortado: “¡Yo, Comandante!”, puesta de pie desde casi el final del teatro.
Hoy, a sus 67 años de edad recuerda ese encuentro con su coterráneo, al igual que sus orígenes entre emigrantes haitianos y jamaiquinos, muy cerca de la casona rodeada cedros y el viejo algarrobo, donde naciera Fidel Castro.
En la comunidad Birán-Castro muy jóvenes se asentaron sus padres procedentes de Jamaica, para “trabajar la tierra y tener una familia”, recuerda la seño Isidora, a quien las remembranzas de su niñez y adolescencia se le agolpan en la mente, para entre lágrimas –debido a la nostalgia- compartirlos, según confiesa.
Los padres de ella arribaron a Cuba en los años de la Gran Depresión del siglo XX, en busca de algo mejor para ellos; “pero encontraron a un país presa de un sistema cruel y explotador, así me decía papá”.
Rememora que su madre falleció durante su parto, por lo cual Gerardo, el padre, crió a los siete niños “a fuerza de trabajo y voluntad”. Es por ello que la menor de la prole agradece, tantos años después, a los que ayudaron a la pobre familia, incluso hasta cuando “el viejo empezó a perder la visión”.

“Lina Ruz –madre de Fidel- fue nuestro ángel de la guarda. Ella un día hasta dispuso de todo lo necesario y lo envió hacia La Habana, a más de 700 kilómetros del terruño, para que fuera tratado en el hospital de la Liga contra la Ceguera, donde estaban los mejores especialistas del país, como bien afirmaba esa extraordinaria mujer”.
Durante la permanencia de Gerardo lejos de la casa, Lina reunía a los muchachos a las 10 de la mañana alrededor del equipo de radio, para escuchar las noticias que llegaban de Cápiro –como los jamaicanos llamaban a su papá, según afirma con la emoción visible en su rostro.
Isidora mientras correteaba descalza por los trillos y campos colindantes al batey, radicado en la antigua provincia de Oriente, no conoció a su ídolo, en aquel entonces, el joven Fidel Castro encabezaba la Marcha de las Antorchas por el centenario del Apóstol José Martí, luego vino el Moncada, el Granma, la Sierra Maestra y con ello el triunfo de la Revolución Cubana, en 1959.
“En 1964, Celia Sánchez Manduley llegó expresamente a nuestro batey Birán-Castro con la misión de Fidel de atender a los niños de la zona con dificultades, para llevarlos a la capital a estudiar. Por primera vez calcé zapatos y vestí una ropa bonita. Fuimos becados en la escuela Camilo Cienfuegos. Quedó atrás la sopa de calabaza como plato fuerte hecha por Cápiro para su prole”.
Luego de culminar los estudios de primaria y la enseñanza secundaria regresó al natal Birán; pues “tenía una deuda de gratitud que saldar con la Revolución, por todo lo que había hecho conmigo y mi humilde familia”.
Pero la joven no se detuvo, continuó su superación y se hizo enfermera. “En 1975 partí hacia la República Popular de Angola, para atender a los heridos de la guerra. Allí, en los pocos ratos libres cosía chores para vestir a los hombres en combate”.
Entre los miles de jóvenes cubanos destacados en tierra africana fue ella la seleccionada para representar a los internacionalistas en el III Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), a celebrarse en La Habana.

De ese viaje relámpago a la Patria comparte una inusitada experiencia que guarda con mucho cariño. “En plena guerra llegó un helicóptero a la zona donde me encontraba, me cogieron como estaba, sin nada de equipaje y trasladaron hasta Luanda. Allí gracias a la Organización de la Mujer Angoleña en un acto único, fui vestida y calzada con el traje típico de ellas y así llegue a La Habana, para asistir a la cita juvenil. Terminado el encuentro regresé como mismo al puesto asignado en ese país”.
La hoy profesora de la Filial de Enfermería Comandante Arides Estévez en la provincia de Holguín regresó a Cuba con el grado de Sargento y, posteriormente, volvió a la Patria de Agostinho Neto como colaboradora civil, enfermera e instructora en la provincia de Bié.
“En esa localidad presencié una de las tantas atrocidades de la UNITA –organización contrarrevolucionaria angolana- cuando tuvimos que poner a salvo a seis niños que permanecían aún vivos, de 30 que habían sido tirados en una fosa común”.
El mayor anhelo de compartir directamente con el hijo de Lina, lo materializó durante el IV Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas, en 1982. Ese fue su primer encuentro con el Líder de la Revolución Cubana.
Hoy, 38 años después de aquel momento aún se le humedecen los ojos y eriza la piel, sensación que transfiere a quienes la escuchan por la sinceridad, emoción y amor con que cuenta el relato.
“El plenario estaba atento a la Presidencia y había silencio absoluto, de momento Fidel pregunta por el micrófono: ‘¿Quién es Isidora Gordon Benjamín?’, de inmediato un murmullo se extendió por la sala. Nerviosa me incorporé rápidamente y en posición de firme respondí: ‘¡Yo, Comandante!’
“De inmediato él contesta: ‘No se mueva, yo voy para allá’. Sin apenas percatarme me vi rodeada por aquel hombre inmenso vestido de verde y los restantes integrantes de la mesa presidencial. Por mis datos biográficos de los miembros del Buró Nacional supo que éramos coterráneos; pero quería saber de quién era hija y cómo esta muchachita se había abierto paso en la vida hasta llegar a lo que era.
“Soy hija del Cápiro”, le expliqué. “¡Claro que recordaba, quién era Cápiro! y así en pocos minutos conversamos de muchas cosas, entre ellas, quiso saber cómo había ido a la escuela la niña Isidora, si usé zapatos desde chiquita y sobre mi primera visita a La Habana. Ante esa pregunta le respondí: Cuando usted, Comandante, nos mandó a buscar a Birán para estudiar”.
Escudriña entre fotos, recortes de periódicos de la época y otros documentos para ayudar a la memoria cargada de tantos recuerdos y sentimientos, para de manera pausada revelar que luego de la sesión plenaria se volvieron a encontrar y él se enorgulleció por sus medallas de Combatiente Internacionalista de Primera Clase y la de trabajadora Internacionalista en Angola.
Coincidieron nuevamente en congresos de la Central de Trabajadores de Cuba, del Partido Comunista, el Sindicato de los Trabajadores de la Salud, entre otros eventos y siempre se recordaba de ella, porque Isidora ha tenido una activa participación en muchas organizaciones.
Fue miembro del Buró Provincial del PCC, secretaria general del SNTS en este nivel, Diputada a la Asamblea Nacional y otras muchas responsabilidades, sin dejar de ser lo que más ama, enfermera.
De uno de estos últimos encuentros, atesora una carta enviada por la científica Rosa Elena Simeón, primera mujer presidenta de la Academia de Ciencias de Cuba (1985-1994), en la cual le adjunta una fotografía de ellas dos junto al Comandante, cuando hablaron de la importancia de iniciar en el país el Programa del Médico y la Enfermera de la Familia.
“En una de esas posteriores reuniones me preguntó cómo me decía la familia, le dije que Dorita, y muy pícaro respondió: ¨Entonces yo te llamaré Isis¨ y a partir de ahí, siempre fui Isis para él”.
Hoy, Isidora es feliz por todo lo logrado como mujer, madre, esposa y profesional. Lo dice con lágrimas en los ojos, desde la sala de su hogar en la ciudad de Holguín, donde la mayor de sus dos nietas revoletea a nuestro alrededor.
“Tengo dos hijos, uno es ingeniero y el otro médico, quien cumple misión en Venezuela hace varios años y mi esposo es ortopedista en el hospital clínico quirúrgico Lucía Íñiguez Landín, junto a él trabajé muchos años cuando era enfermera en el servicio de la maternidad del hospital Lenin”.
El historial de esta mujer es un manantial de hechos y vivencias inigualables; sin embargo, se resiste a hablar de sí misma y busca cualquier detalle para desviar la atención de su persona.
Ahora anda atareada en recopilar la historia de la enfermería en Holguín, investiga documentos, consulta fuentes, entrevista a muchas personas precursoras de la noble profesión, una tarea engorrosa, que ella la disfruta, como mismo lo ha hecho con otras responsabilidades.

Comentarios