Año tras año, volver
- Por Katherin Morán Barnet / Estudiante de Periodismo
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Gibara tiene algo, muchas cosas en realidad, pero si hablamos de un plano abstracto podemos coincidir en que tiene "algo" especial. Llamarlo energía podría ser impreciso, hablar de su atmósfera se quedaría corto y decir que nos genera un sentimiento no solo sería impreciso, sino también subjetivo. A la vez, estos términos no dejan de ser acertados en una situación concreta, vamos a hablar de todos, enfatizando en la época de Festival Internacional de Cine de Gibara (FIC).
La primera vez que fui era muy niña; sin embargo, recuerdo haber jugado en uno de sus parques con la misma ilusión que lo hice hace pocos meses. Esto lo acabo de recordar, había sido un memoria enterrada hasta ahora, que me decidí a escribir sobre Gibara por tercera vez en mi vida. La atmósfera: te despeina, te pica el pelo en la cara, se te pega en los labios y sonríes.
Cuando iba a la Vocacional quería ser directora de cine. Por eso, un día en el que no tuvimos clases convencí a mi mamá para que nos llevara, a mí mejor amiga también. Yo necesitaba ir al Cine Pobre, aunque no viera ni una película, aunque el camión de siete pesos se rompiera en el camino, llegar a la terminal y comerme el mejor cóctel de camarones de la historia. El sentimiento: saber que la vida, a pesar de los camiones rotos, puede ser un lugar amable.
El año siguiente volví a ir, esta vez con mi primo. La rutina fue casi idéntica: nos hicimos fotos, entramos a un evento sobre tecnología que nos llamó la atención, saludamos a Coralita Veloz, que corría como si tuviera mi edad, vimos un par de rostros conocidos, nos comimos una pizza y para la terminal de regreso. La energía: caminar las calles, mirar alrededor, observar las cosas que permanecen, año tras año, con la misma frescura.
El Festival es mucho más que mis escuetas experiencias. Dicen que es un momento de reencuentro, una excusa, la suerte de volvernos a ver. Por lo general, no se va solo, se reúne un grupo de amigos, con antelación, para encontrar alquiler, llevan comida, bebida y trajes de baño, por si les da por eso. El sentimiento: tropezar con una cara del otro lado de la Isla, el abrazo y el "¿qué bolá, asere?".
Si comparamos al FIC con las Romerías de Mayo, por ejemplo, se distingue por ser un evento más cercano, más pequeño y de cierto modo organizado. Convives en unos pocos kilómetros cuadrados con los artistas; cuando Fito Páez vino, quienes tuvieron la gracia de estar, no solo vieron su actuación estelar, sino también el clima desenfadado de una prueba de sonido con los músicos de Nube Roja. La atmósfera: la cotidianidad de lo absurdo, lo simple y lo real.

También suceden catástrofes ¡claro que sí! Sé de alguien que sufrió un brote alérgico y pasó todo el Festival llena de ronchas; ah, pero con el bikini puesto. Las historias que terminan en el hospital y tomando agua con azúcar, son muchísimas, versionadas en disímiles idiomas y no aptas para todos los públicos. La energía: estar vivos.
He caminado Gibara con muchas personas importantes para mí. Regresar es ver a quienes ya no están, y saber que no hay nada de malo con que ya no estén, incluso si me pone triste el mar de la Villa Blanca. El sentimiento: recordar que un día fuiste feliz allí, en otro contexto, y que hoy también puedes serlo.
Este año ya tengo casa, grupito de amigos y será mi primera vez yendo por más de un día ¿Hace falta decir lo emocionada que estoy? Toques del Río, Jota Barrios, Fígaro Jazz Club y el movimiento de la Nueva Trova, creo que, sin saberlo, el FIC 2023 me eligió a mí.
Gibara es querer volver, es el cine Jibá con cola para entrar, la esperanza de coincidir, la música en vivo, el mar en calma o furioso, la gente buena, las primeras veces, las terceras y todas las que hagan falta...
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