Cuando mayo despierta la alegría
- Por Alionuska Vilche Blanco
- Hits: 741
Fotos: Álvaro Sánchez Portelles
Pocas veces la ciudad se ha sentido tan viva. Desde finales de abril, muchos jóvenes esperábamos los primeros días de mayo para asistir al Festival Mundial de Juventudes Artísticas, porque sabíamos que se acercaban nuevas vivencias, amigos, nuevos conocimientos, buena música, bailes, exposiciones...
Durante el desfile de los coches creí que perdería la vida sin haber disfrutado una vez más la gran fiesta. Aquellos caballos, llenos de luces y adornos, salieron al trote justo cuando yo cruzaba la calle. Por suerte, la experiencia fue para reír con mis colegas, después de cantar a toda voz, y entre abrazos y dedicatorias, el himno de la alegría.
Recuerdo que el 3 de mayo esperaba en el parque Calixto García el desfile inicial. Fue ese día el más intenso, caluroso y emocionante. Caminé por las calles de Holguín en medio de un estallido de colores y formas: criaturas fantásticas y personajes desbordaban las calles, con trajes que parecían salidos de un sueño.
Cómo se movían, cómo bailaban, cómo reían... Era imposible no dejarse contagiar por esa alegría. Detrás de cada disfraz estuvo la pasión de quienes, año tras año, dan vida a esta fiesta. La ciudad entera parecía un escenario, y todos nosotros cantamos, bailamos y aplaudimos la belleza y el arte que desfiló en la Ciudad de los Parques. Tanta diversidad, la mezcla de culturas... Tuve la certeza de que Holguín es un mosaico donde caben todos los colores del mundo.
Aquel mediodía del 3 de mayo, el balcón del museo provincial La Periquera se convirtió en tribuna. Desde allí, Alexis Triana nos inspiraba a ser protagonistas activos de la historia, a no rendirnos ante las dificultades, a actuar con utilidad y solidaridad, a mantener viva la memoria y la cultura, y a seguir soñando y construyendo juntos para que a la patria nuestra no le falte nunca el buen arte ni una juventud comprometida.
Uno de los momentos más intensos fue la subida a la Loma de la Cruz. Subimos juntos, decenas de jóvenes y adultos, cargando la bandera cubana, tan grande que parecía abrazar el cielo. Para cuando llegó el momento solemne, el izado del hacha en la cima de la loma, todos queríamos atrapar ese instante, detener el tiempo y reunir todas las voces del mundo en aquel canto de la alegría y la hermandad que es himno de las Romerías de Mayo.
Durante siete días, la música lo envolvía todo. Los bailes eran cotidianos, los performance, las exposiciones, el cine, el teatro, los libros... Y yo anduve de un lado a otro, siempre en busca de más. En cada esquina, una acción artística; y en cada una quise estar. Me descubrí pensando en cómo teletransportarme, cómo convertirme en un transformer o cómo crearme un doble para así recorrer todos los sitios.
En muchas de las actividades culturales a las que asistí, me descubrí bailando, conversando o riendo con desconocidos que, por un rato, se volvieron compañeros de celebración. Parecía entonces que el arte podía ser el verdadero idioma universal.
Rendir homenaje a quienes ya no están, agradecer a quienes continúan trabajando incansablemente por preservar la cultura y la identidad de nuestra nación, debatir asuntos imprescindibles como el presente y futuro de la industria cultural cubana, y respaldar el arte joven: estos fueron los ejes que dieron vida a las Romerías de Mayo. Desde mi perspectiva, este festival es memoria, es raíz y es futuro.