El privilegio de ser madre
- Por Lourdes Pichs Rodríguez
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Betty Soto Santiesteban. Foto: Elder Leyva.
El rostro de ella transmite sosiego, familiaridad. La combinación es a partes iguales y tiene, además, su cuota de sentimiento maternal imposible de pasar inadvertido, no solo por ser madre biológica sino también por ayudar, desde hace bastante tiempo, a que otras muchas mujeres alcancen esa dicha suprema.
Asegura ser muy sentimental. La confesión la hace con timidez y los ojos humedecidos, para ratificar que llora con facilidad, aunque en la mayoría de las ocasiones sus lágrimas sean de alegría al ver fructificar empeños de horas, días, meses desde el Centro Regional de Atención a la Pareja Infértil, del hospital provincial universitario Vladimir Ilich Lenin.
La doctora Betty Soto Santiesteban llegó allí desde la misma creación de esa unidad adscrita al Gigante Holguinero, con la experiencia muy personal de saber qué alto significado tiene el concebir y tener hijos de manera normal y por los años bien consagrados al seguimiento gestacional de tantas y tantas mujeres, que se atienden y paren donde más niños nacen en Cuba o durante misiones internacionalistas tan especiales, como la de Pakistán cuando el terremoto y en Venezuela, poco después.
La primera fue muy fuerte, por la cantidad de niños huérfanos por el seísmo y las tantas señoras atendidas sin que nunca las hubiera visto un médico en su período de gravidez. Desde el hospital de campaña las seguía y hacía el parto, mientras no pocas lágrimas enjugaba cuando el pensamiento volaba muy lejos hasta sus pequeños, dejados al amparo de su madre, pero la reconfortaba sentirse el Alá para aquellas mujeres y sus hijos, como las escuchaba aclamar. “Esta fue una tarea del Comandante y así la sentimos y cumplimos. Él la siguió paso a paso desde Cuba. Hablaba a diario con el jefe del grupo, para que ni nevadas u contratiempos, propios del lugar, nos afectara”.
Sin embargo, no repara en revelar que cualquier vivencia anterior se queda pequeña al lado de lo sentido y vivido, en el día a día, en esta consulta especializada y multidisciplinaria, donde se atienden parejas desde Camagüey hasta Guantánamo y no haya sido posible parar ni en medio de la compleja situación epidemiológica por causa de la pandemia, porque en el seguimiento oportuno y necesario a cada una no puede aplazarse tratamientos.
Pacientes que, a través del programa de Atención a la Pareja Infértil, tienen una especial atención monitoreada por el Ministerio de Salud Pública. “Ayer vino un ómnibus con pacientes de Guantánamo y hoy le corresponde a Santiago de Cuba, porque cada día de la semana se ha destinado a una provincia para la consulta de Urología, Sicología o la de Alta tecnología”.
“Aquí es luchar y luchar fuerte, para lo que la naturaleza no ha permitido sea de manera natural, hacerlo posible en uno, dos o más intentos, a través de técnicas médicas especiales, para finalmente contribuir a la gravidez de una mujer y luego al nacimiento de su hijo sano”, nos decía el miércoles de esta semana desde su consulta mientras desmenuzaba memorias.
Los recuerdos para esta experimenta doctora son oro y representan hazañas en el colectivo de 24 profesionales, en su mayoría integrado por mujeres-solo dos hombres-, porque desde la baja tecnología comenzaron a consumar modestos resultados hasta lograr que muchas pacientes concibieran tras recibir tratamiento a las causas de su problema o por inseminación artificial.
Así a la Ginecobstetra e Imagenóloga el primer embarazo obtenido fue una noche sin poder dormir, porque le parecía imposible, aunque lo hubiera visto, anunciado y fuera una de sus protagonistas. “Era como si hubiera sido yo, luego nos fuimos acostumbrando como algo normal hasta pasar a la alta tecnología, la Fertilización In Vitro (FIV), cuyos resultados han sido de poco a poco, porque no teníamos la experiencia, pero el primero fue todo un acontecimiento. Una manzanillera con gemelares. La seguimos y, en conclusión, nuestro equipo hizo el parto aquí, pues ella quiso que sus hijos nacieran de las manos de sus médicos. Ya van a cumplir seis años…y la comunicación continúa”.
“Esta es una consulta muy compleja, de extrema paciencia con cada pareja. Como mujer y madre me pongo en el lugar de la paciente que se sienta frente a mí en busca de solución a su problema. Le hablamos mucho sobre la entereza y optimismo a mantener, porque hay que trabajar sobre las muchas causas que inciden en materializar el objetivo final, que para conquistarlo se precisa recorrer un camino largo no exento de complicaciones”, detalla.
Habla del proceder (FIV) y aunque ella está más que acostumbra de realizarlo, asume que le impresiona-dice que siempre lo confiesa así a la bióloga-, porque le parece casi un milagro, que tras recolectar óvulos maduros de los ovarios, fecundarlos con espermatozoides en un laboratorio, ponerlos en incubadora e implantar los embriones en el útero de la madre, puedan después recibir a esos niños fuertes, sanos y lindos al cabo de nueve meses.
“Aquí vivimos y sentimos como nuestra la alegría de cada familia cuando le comunicamos que fue efectiva la fecundación in vitro, después seguimos intensamente el embarazo y coronamos la alegría con el nacimiento de cada uno de esos bebés”, afirma.
Para confirmarlo describe con entusiasmo uno de los últimos embarazos más difíciles y valiosos, por los 47 años de la madre y los tres intentos de fecundación, pero que, en definitiva, se logró la FIV y ahí está el muchacho fuerte y los padres felices.
Quizá, la muestra más palpable de la relación estrecha y familiar que se establece entre la doctora y sus pacientes sea la multiplicación de su nombre en muchas de las niñas de la región oriental nacidas por FIV, en Pakistán o en Venezuela, en agradecimiento a ella, quien, paradójicamente, a su hija la honró con los de sus abuelas, Diana Martha y al varón con el del padre, Ramón.
Ellos dos son, según palabras textuales de Betty, “su orgullo, lo más grande en mi vida”. Ambos siguieron los pasos de sus abuelos paternos (muy reconocidos en Holguín y Cuba, la doctora Diana Martínez Piti y el doctor Ramón Villamil), de los padres y un tío. Él joven transita por el tercer año de la especialidad de Cirugía General y la muchacha está en quinto de la carrera de Medicina.
El semblante de mamá Betty se ilumina al hablar de los dos, porque “son los hijos que toda madre quiere tener. Soy su amiga, compañera y compartimos nuestras alegría y tristezas, principalmente con la niña, quien es más apegada a mí. Tengo una familia muy linda, unida y admirada”.
Pero, la amable doctora también es hija, de una madre, quien dejara atrás a Moa para hacerse cargo de los muchachos cuando ella partió hacia Pakistán al llamado de Fidel, después al marchar a Venezuela y ya luego los nietos ni Betty la dejaron regresar y es la abuela, hoy por hoy, el puntal firme del hogar para puedan trabajar y estudiar sin la preocupación de quién atenderá la retaguardia.
¿Doctora, qué es entonces para usted la maternidad?, preguntamos a manera de despedida y ella con su característico hablar pausado, responde que es “lo más maravilloso para una mujer, para la familia, porque de una u otra manera todos participan y están pendientes del embarazo y nacimiento de un niño. Mi experiencia como madre es que después de una tener los hijos, todo gira alrededor de ellos, por eso siempre les digo a mis pacientes: no se desanimen ni dejen de persistir en el privilegio de ser madre, vale la pena”.
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