Evolución tórpida
- Por Flabio Gutiérrez Delgado
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Ha pasado un año desde que comenzamos a convivir con la COVID-19, un fenómeno epidemiológico que modificó las formas de hacer y pensar en las personas, con un impacto importante, no solo en la economía mundial, sino en la sociedad de manera general.
Aún se investigan las causas de su aparición en el gigante asiático y confieso, que estuve muy lejos de imaginar que una vez descubierto en China, pudiera tenerlo junto a mí en el asiento y sentir como el virus estrujaba mi corazón sin piedad.
Luego del susto, rememoro los inicios de mi etapa de nasobuco e hipoclorito, dos herramientas que se han incorporado a mi rutina diaria, las cuales me permiten continuar trabajando a pesar del incremento de casos positivos en la provincia y en mi comunidad.
Aquel 18 de marzo cuando se detectó el primer caso en la provincia, en lo primero que pensé, fue en mi niña, de cinco años y mi madre, una mujer que sus enfermedades asociadas la convierten en una presa frágil para este mortal virus.
La profesión que ejerzo, me exige mantener informando a la población, mientras le susurra a mi asma que la responsabilidad y el cumplimiento de las medidas no le darán cabida, por ende debía continuar mi bregar por el territorio, ahora con más cautela.
Mis coberturas periodísticas se convirtieron en un combate epidemiológico a donde debía acudir con muchos recelos y mi regreso a casa, por la retaguardia, no significaba la victoria, hasta pasado unos días, sin darle muchos motivos a mi alergia para no pecar de pesimista.
Transcurrió la primera etapa pandémica sin muchos contratiempos para mi familia y amistades, aunque siempre resultó lamentable el contagio de personas con esta novedosa enfermedad, pues resultaba impredecible el comportamiento de la misma en pacientes positivos.
Llegó el nuevo año y con él los angustiosos aislamientos, esos que no permiten crecer las uñas de las manos y aumentan el peso corporal a pesar de mantener la peculiar dieta criolla.
Haber estado, luego de varios días, en un lugar donde estuvo una persona que posteriormente resultó positiva, fue el primer indicio que me señaló la proximidad de la “papa caliente”.
Ser contacto, de un contacto de caso positivo, me encendió la llama de la precaución, mientras las visitas diarias de la doctora del consultorio me devolvían el aliento y la confianza de que todo marcharía bien, aunque la visible curiosidad de mis vecinos transfundiera el virus en mi sangre.
Quise viajar al infinito cuando me dijeron que fui contacto de un paciente positivo. ¿Pero cómo va a ser, si yo lo vi bien ayer? ¡El primer PCR dio negativo! ¿Por qué el segundo es positivo? Fueron preguntas que trataron de aliviar mi asombro, pero el documento me decía que debía recoger el cepillo y la pasta, para luego abrir mi boca y tomar una muestra.
Desafortunadamente ese día, sentía un leve dolor de garganta y mi cabeza pulsaba al ritmo del corazón, como para decirme: ¡fuiste contacto y tu cuerpo no te engaña!
Entonces recordé al profesor Francisco Durán y su inquietante frase, “luego de una evolución tórpida…” Mi salud no marcha mal, pero no me estaba gustando el ritmo que llevaban las cosas por esos días.
Así fue. Mientras cumplía el tiempo de aislamiento en mi casa, con un primer PCR negativo, llegó la noticia que nunca esperaba. El resultado del PCR de mi niña, fue positivo.
Mis piernas parecían no sostener ni la ropa que traía. En la garganta me oprimía una pieza inmensa de hierro por donde no bajaba ni la saliva, los ojos preparaban un extracto de cebolla y mi corazón se diluía en el hipoclorito donde antes desinfectaba mis manos.
Con las fuerzas que requieren los momentos fuertes y el apoyo de amistades sinceras, regresé mi alma deambulante a su lugar de origen, para continuar con el optimismo que requiere estar aislado.
La profesionalidad que desborda del Hospital Militar Fermín Valdés Domínguez aupó mi autoestima y no me hizo quedar mal. En solo cinco días volvió la negatividad de mi Caro y con la ternura de todo pequeño, llegaba la reconfortante respuesta: papá, yo estoy muy bien ya.
Ya en casa dormimos tranquilos. Despierto cada día, quiero pensar que fue una pesadilla, pero en los brazos de Caro todavía quedan las marcas del interferón, que me dicen: no pueden existir más descuidos. Los candidatos vacunales curan, el amor salva, pero el futuro incierto no permite muchos errores.
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