Su periódico, su vida

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periódico Haydeé VigoFoto: Carlos Rafael


En la foto de mi primer día de trabajo, está muy cerca de mí. Hasta entonces, ha sido una firma encabezando innumerables artículos periodísticos en el diario provincial; ese día es solamente una señora afable que curiosea; en lo sucesivo, va a ser colega, compañera, amiga, madre… Es 1991, y la crisis económica ronronea cercana, como camión en la madrugada.


Y mientras nos apretamos el cinto y el periódico adelgaza, los años duros nos van a unir a los del periódico ¡ahora!, cada vez más casa, más familia. Una familia donde ella enarbola con orgullo la bandera roja del liderazgo sindical. Comienzo a crecer en la profesión, al calor de innumerables conversaciones que la incluyen. Su presencia se multiplica en los espacios del Poligráfico, en una de cuyas oficinas teclea impenitente en su “Olivetti”, en medio de la niebla de incontables cigarrillos.


Lleva, como medalla, el orgullo de haber fundado este periódico y confiesa que no escogió el Periodismo, se lo impusieron en los comprometidos años sesenta, porque, cuando limpiaba la iglesia Los Amigos, de Velasco, para pagarse las clases de Secundaria, la adolescente huérfana quería ser arquitecta, frustración que le quitara su hijo menor.


Ostenta la maternidad vivida en una redacción vuelta hogar por los imperativos de la edición diaria y donde corretean dos traviesos, que una vez enmarañaron una pared recién encalada, entre otras diabluras. Son leyenda sus mascotas con motes eslavos: Lionka y Kashtanka. Además de misiones reporteriles, ha tenido a su cargo la página infantil semanal donde, repite orgullosa, escribía Rogelio Polanco cuando era pionero. Luego llevará la de variedades, solaz del exigente lector holguinero.


Su voz resuena como diana mambisa en los interminables pasillos del Poligráfico, llamando a “mitin” a menudo, convocará a interminables reuniones sindicales, luchará a brazo partido los galardones para un colectivo que la acompaña en sus afanes. Cuánto se extraña su fervor, su ímpetu. Un día, compondrá la biografía que me dará la vanguardia nacional y, luego, se desternillará de risa al saber que desdeñé el viaje a Varadero por una acorazada batidora rusa que todavía me acompaña, pero lo hará con esa intimidad respetuosa que dicta la buena educación.


En los momentos conmovedores, su familia “impresa”, que la sabe emotiva y de lágrima fácil, bromeará cruel, como solo se puede hacer cuando se quiere mucho, pidiéndole que llore. Naturalmente, llorará el día en que la entreviste, allá por el año 1997, cuando recuerde su tiempo en la lucha clandestina, su trabajo en el Comité y la Federación, las disyuntivas como delegada del Poder Popular, pues siempre ha sido una mujer “integrada”, como se decía entonces. Se confesará apasionada radioescucha nocturna por el insomnio crónico que lega la profesión, y sus ojos nublados por el humo se llenarán de humedad al hablar de los jóvenes, como promesa de futuro y seguros herederos de sus lealtades.


El día que se jubile, tardíamente pues no hay periodista que lo haga cuando le toca por edad, se irá llorando. De año en año, vendrá a las jornadas de aniversario, agradablemente rejuvenecida, amable, vital, cargada de anécdotas sobre sus talentosos nietos y algún viaje tardío, en el que tampoco se quitó su casaca de periodista. Oportunamente, la Upec, en cuya creación también participó, pues es revolucionaria madre fundadora de todo lo humano y lo cubano, le entregará el Premio por la obra de la Vida, que le sacará mares de lágrimas.


Por eso, por tanta entrega y compromiso, por tanto plomo metido por las venas –así definía ella su profesión, y en el periodismo “vintage” ese metal era imprescindible en la imprenta-, no me extraña la noticia, quizás esperada pues lleva meses enferma, de que Emilia Haydeé Vigo Martínez ha fallecido a los 83 años, el día del aniversario 59 del periódico ¡ahora! Su periódico. Su vida.

 


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