Cuando Ícaro es mujer
- Por Liset Prego Díaz
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Foto: Carlos Rafael
Surca el cielo, desafía la gravedad, los esquemas, al miedo mismo. Tal vez lo intuían sus padres cuando la nombraron: Mar, sol, la suma perfecta, porque su vida ha estado llena de ellos, Marisol Maldonado, una mujer pájaro que por más de cinco mil veces ha atravesado el cenit en un reto a la persistencia y el valor.
“Soy la mujer que más saltos tiene en Cuba, sobrepaso los cinco mil 200”.
Comenzó adolescente, con apenas 14 años: “yo estudiaba en la Escuela Formadora de educadoras de Círculos Infantiles (EFECI), en primer año de la carrera y fueron de la Sociedad de Educación Patriótica Militar, SEPMI, a hacer una captación.
Lo vimos como un juego porque éramos unas niñas y nunca habíamos montado en un avión, ni siquiera lo habíamos visto de cerca. La idea me motivó mucho, me anoté, pero no logré matricular y me pusieron de reserva. Vengo de una familia de campo donde eso era muy alarmante. Le informé a mis padres. Mi mamá rotundamente dijo que no.
Pero había que llevar un autorizo de los padres y yo misma lo redacté. Hice tres saltos y después se lo dije. A mi mamá le quiso dar un ataque, pero después mi papá la fue convenciendo. Él siempre me apoyó y ella no quería creer hasta que llevé el certificado, que todavía conservo. Me lo me dieron por el primer salto. Ahí empezó la gran guerra de mi madre, pero mi batalla continuó siempre porque estaba convencida de eso era lo que quería.”
El primer salto al vacío fue la conquista del aire, de lo inasible, fue enamorarse del riesgo y fue “una mezcla de alegría y adrenalina con mucho susto, porque no voy a decir que no da mucho miedo.
El que diga que no es muy emotivo y que cuando estás en la puerta del avión que sales al vacío es muy impresionante, miente. Se siente susto, pero cuando te gusta vences todos esos miedos y de ahí para adelante todo es mejorar, mejorar y mejorar.
Mis comienzos no tienen nada que ver con la actualidad, el mundo ha cambiado y como él, nuestro país y todo. Cuando comenzamos lo hicimos en la SEPMI, teníamos el apoyo de la Unión Soviética, había mucha abundancia.
Entrenábamos en Indio Chiquito, en un campo. Teníamos una pista con tres aviones, había una infraestructura muy cómoda porque la SEPMI lo garantizaba todo; teníamos una ambulancia, muchos equipos y todo era gratuito, así nos formamos.
Pero los paracaídas eran muy atrasados e incómodos, después fuimos evolucionando. En 1984 comencé a formarme como instructora de paracaidismo. Para entonces ya era maestra por la necesidad del país y combinaba esto con el deporte.
No fue fácil. A veces tenía que moverme a La Habana y debía pedir licencia deportiva y tenía algunas trabas, pero todo se fue dando, gracias también al apoyo del INDER.
Me captaron para el equipo nacional y he estado hasta hoy. Mi carrera ha sido larga. Cuarenta años no es cuestión de juego.
En ellos tuve mis licencias de maternidad, tengo dos hijos, y en ese tiempo estuve separada de la actividad deportiva, también confronté un problema de salud bastante serio y tuve que alejarme uno o dos años, pero nunca me he desvinculado, para mí cada evento es importante porque me entrego completa. A veces mis compañeras me dicen tú te estresas y te concentras tanto que no disfrutas las otras cosas alrededor de la competencia y pienso que mis triunfos también se los debo a eso.
Soy muy disciplinada en mi deporte, soy de las que se acuesta temprano porque al otro día compito y me trato de alimentar, dormir, descansar bien, no ingiero bebidas alcohólicas.
Tengo alrededor de 20 medallas de oro ganadas en campeonatos nacionales, otros tantos de plata y algunos bronces y recuerdo muy pocas competencias en las que me haya ido sin medalla. He ganado tres campeonatos latinoamericanos: Varadero, Brasil y Chile y en 2006 obtuve plata en Colombia.
Aparte de los eventos nacionales también competí en politrón que consistían en carrera a campo traviesa, tiro, natación y paracaidismo. En ellos fui campeona absoluta y medallista en paracaidismo.”
Y, por si fuera poco, como para avergonzar al miedo ella se lanza otra vez a lo incierto, segura, sosegada: “soy la única mujer tandista del país, que es una actividad muy fuerte.
Cuando comencé muchas personas no confiaban en que yo podría lograrlo, pero le debo mucho al comandante Oropesa, que ya falleció, quien abrió los grupos en los polos turísticos y sin conocerme mucho confió en mí.
Algunos de mis compañeros decían es mujer, tiene dos niños pequeños, no lo va a lograr, es muy fuerte para ella. Al inicio tuve muchos tropiezos. Fue bien duro porque no tenía el apoyo de algunos de mis colegas. Tuve que hacer un esfuerzo muy grande, sentí temor de no conseguirlo, no obstante, me preparé físicamente muy bien.
Éramos un grupo pequeño y como instructora, si me tocaba un cliente muy gordo, de 200 libras, por ejemplo, debía irme con él. En esos casos debía llevar el peso sobre mí, en la puerta del avión casi debía cargarlo y después de abierto el paracaídas seguía pesando porque lo llevaba y los timones se ponían más fuertes. ¡Pero lo logré! Gracias a Dios y a todas las personas que me ayudaron. Y al final, con mucho orgullo puedo decir que lo hice tal como los hombres.
Terminé mi carrera tandista sin accidentes”.
Sin cumplir el mito de Ícaro, ella no busca el sol, aunque anhele moverse grácil y libre entre las nubes, a pesar de todo, cuida de mantener sus alas ajustadas a la espalda, aunque ahora esté en tierra.
“Estamos parados hace dos años, sin aviones. La COVID -19 y la situación económica lleva a que en el país no se está realizando ninguna actividad de paracaidismo.
Con René González, a la cabeza integramos el Club de aviación de Cuba, una asociación no gubernamental para adeptos de los deportes aéreos, y él tiene deseo de echar para adelante, le gusta la actividad y confiamos que cuando pase todo esto, lo podamos retomar, quizás entonces para mi sea tarde pues ya cumplí 56 años, ahora intento retornar al trabajo en educación.”
Nada amedrenta a Marisol, solo teme “a las personas traicioneras, que engañan. He pasado sustos, he tenido fracturas, pero tengo una voluntad de hierro, no sé si por mi signo que es Leo, y es un signo de mucha perseverancia. Pienso que esa perseverancia me llevó a los triunfos, a los títulos, a lograr prácticamente todo lo que me he propuesto en mi vida. Porque yo le digo, vengo de una familia pobre, de campo, pero siempre dije que iba a salir adelante, hasta el sol de hoy”.
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