El barrio

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El barrio debe crecer, cada vez más, como un estímulo a las dignidades individuales y colectivas, a favor de la vida y de las convivencias pacíficas entre todas las personas, al ser capaces del descubrimiento gradual del otro que, claramente, pasa por la revelación de uno mismo; con la cooperación y beneficio en común.

 El vecino continúa como el familiar más cercano, como tantos dicen en nuestra Cuba, en ese interés de cohabitar con los demás en la mejor armonía y desde el mayor respeto, para que los prejuicios no separen a nadie.

Hay que aprender a solucionar cualquier conflicto, como se hace en la familia, a sabiendas de la diversidad de la especie humana, desde una toma de conciencia de las semejanzas y las interdependencias que todos tenemos.

Para la concordia en el barrio es muy importante no traspasar los límites, para evitar vibraciones perniciosas que pueden generarse en ese importante espacio de la geografía nacional, al conocer sus raíces y establecer pautas para solucionar adversidades.

En el objetivo de lograr esa armonía familiar, pueden hoy los CDR desempeñar un papel primordial, para lograr interacciones más positivas en el ambiente; como suceden en los prolongados apagones cuando, solidariamente, se ayuda al otro, al igual que en las cargas de los móviles, por citar solo dos ejemplos.

No podemos permitir que las carencias económicas dañen la espiritualidad, en deterioro de los valores, principalmente el de la solidaridad social, o que favorezcan conflictos vecinales, que rompan las normas de convivencias y fomenten crisis, que no deben nacer.

Cuando mencionamos el desempeño de nuestros CDR es por su prestigio, como ninguna otra organización en el barrio, para evitar cualquier paternalismo social y fortalecer la educación por parte de la familia desde la solidaridad y el respeto a los demás, así como poder destacar los mejores ejemplos en cada cuadra.

Esos encuentros espontáneos o por determinados acontecimientos son muy importantes cultivarlos, para exaltar los excelentes ejemplos de la comunidad, como el mejor orden y autoridad moral para sepultar males que puedan aflorar en la convivencia vecinal y revertirlos en la mayor conciencia social y cívica.

Así, en esas ceremonias tan campechanas, crece la ética para las mejores relaciones interpersonales, que siempre contribuyen a reducir espacios para problemas, al aprovechar esa idiosincrasia del cubano en el trato con los demás, como la espontánea alegría, inteligencia, vivacidad y el sano sentido del humor.

Entre mejores sean las familias, al darse mucho amor y comprensión en las casas, con humana socialización entre ellas, la vida pública del barrio será agraciada.

En esa labor de transformación en los barrios, los jóvenes, desde una especial sensibilidad, deben ser abanderados desde lo social, espiritual, educativo, deportivo y recreativo.

Como defiende Díaz-Canel: “el que no se sensibilice con los temas de los barrios no se sensibiliza con nada… para hacer obrar la magia de articular a todos los que trabajan por los buenos cambios.”

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 Hilda Pupo Salazar
Author: Hilda Pupo Salazar
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Periodista especializada en temas de educación y valores. Autora de las columnas Página 8 y Trincheras de ideas.

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