Sabotaje al vapor La Coubre: recuerdo en el corazón de un pueblo
- Por Susana Guerrero Fuentes
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El 4 de marzo de 1960, La Habana amaneció invernal y tranquila. Parecía un día despejado, a juzgar por las fotografías de la fecha, donde aparecen escenarios bien detallados. A las 3:10 de la tarde la explosión estremeció el suelo y el cielo se oscureció…
Una nube de humo negro se elevó sobre el muelle, el sorpresivo estallido lanzó por el aire a las personas más cercanas y en cuestión de segundos el panorama alrededor del buque francés La Coubre se tornó espeluznante.
La Coubre, tras una larga travesía, había arribado a puerto habanero a primeras horas del amanecer con un lote de armamento procedente de Bélgica. En sus bodegas traía 967 cajas de municiones y 525 de granadas de fusiles FAL destinadas a la defensa del país, pese a las presiones de Estados Unidos para impedir su llegada a Cuba.

Aquel gigante de metal se encontraba ahora partido por la mitad, con la estructura destrozada y con la proa sobresaliendo al nivel de los edificios del muelle. En calles cercanas al lugar vieron las vidrieras desplomarse debido a la onda de choque, otros escucharon la noticia y temieron que aquello fuera la antesala de un mayor ataque; quienes estaban más próximos corrieron a ayudar, mientras algunos permanecían estáticos por la conmoción e incertidumbre.
En pocos minutos, soldados del Ejército Rebelde, de la Policía Nacional Revolucionaria, bomberos y pueblo en general, acudieron a prestar ayuda. Mientras se realizaba el rescate de heridos y cadáveres, se produjo la segunda explosión, con mayor saldo de víctimas que la anterior. A los obreros portuarios y tripulación de La Coubre que se vieron afectados en un primer momento, se sumaban ahora aquellos que fueron a extender su mano solidaria.
El resultado final de la triste jornada contabilizó un centenar de muertos, de ellos 34 desaparecidos, alrededor de 400 heridos o lesionados, decenas de hogares de luto y dolor infinito en una nación entera.

Las evidencias no dejaban margen a la posibilidad de un accidente, las pesquisas demostraron que se trataba de un sabotaje preparado en algún punto de embarque o durante la travesía, y las alarmas señalaban a la Agencia Central de Inteligencia como principal sospechosa, debido a las constantes trabas que había puesto el gobierno estadounidenses desde un principio y sus motivaciones poco sútiles.
Al día siguiente, en una tarde nublada, se realizaron las honras fúnebres de las víctimas del sabotaje. Ante sus cadáveres, Fidel pronunció por primera vez la consigna de Patria o Muerte y marcó el suceso como un hito del coraje del pueblo cubano ante las agresiones.

“Hoy he visto más gloriosa y más heroica a nuestra patria, más admirable a nuestro pueblo, digno de admirarse como se admira a una columna que regresa del combate, digno de identificarse y solidarizarse con él como se solidarizan los hombres de un ejército después de una batalla”.
El cortejo con los 101 muertos avanzó en carros cubiertos de flores. Las madres tapaban sus rostros, algunas buscaban consuelo en un hombro cercano; pocas personas, familiares o no, podían ocultar sus lágrimas, porque como expresara Fidel minutos antes, el dolor iba más allá de lo filial, quedaba aquella tragedia “en el recuerdo único que no puede borrarse nunca: el recuerdo en el corazón de un pueblo”.
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