Sensibilidad
- Por Hilda Pupo Salazar
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Ponerse en los zapatos del otro o, sentir el dolor ajeno como propio, lamentablemente, no los saben hacer todos. Resulta tan necesario al ofrecer una respuesta o hacer una acción que lleven intrínsecas el gesto humanitario de comprender lo sentido por los demás.
Cuando somos misericordiosos nos acercamos a la sensibilidad, postura recabada por la dirección del país en los actos de ayuda al pueblo.
Díaz-Canel insiste en la solidaridad interna, las actuaciones de apoyo, en la etapa recuperativa, después del tornado en La Habana, carecerían de algo esencial sino fueran acompañadas de ese tipo de sentimiento.
Si los casos requeridos de soluciones tuvieran, siempre, actitudes copartícipes, de entendimiento, de ternura, de amor, de desprendimiento o de voluntad de apoyo, los actos de colaboración fueran con finales felices, pero, tristemente, hay quienes actúan despojados de pasión, como robot programados.
El valor de la sensibilidad reside en la capacidad tenida por los seres humanos para percibir y comprender el estado de ánimo, el modo de ser y de actuar de las personas, así como la naturaleza de las circunstancias y los ambientes, para actuar correctamente en beneficio de los demás.
Es importante diferenciar la sensibilidad humana de la sensiblería, esta última siempre es sinónimo de superficialidad, cursilería o debilidad y poco repercute positivamente en nuestras acciones.
No es lo mismo actuar con cierta generosidad que hacerlo de manera esquemática, porque cuando tratamos de cumplir una determinada demanda sin humanismo, incapaces de colocarnos en el lugar de quienes lo necesitan, se ejecuta un simple trámite y no importa mucho si solucionamos o no los problemas.
La prepotencia, abuso de poder, desinterés, engreimiento o el individualismo son enemigos de la amabilidad y el deseo de colaborar, por eso ante personas así, uno sabe que puede esperar.
Nuestra sociedad está diseñada, para contribuir con las grandes masas y auxiliar a los que lo requieren, por tanto, no caben esos llamados “cuadrados” “puentes rotos” o mancos: “no está en mis manos”, porque ellos entorpecen la gestión generosa del Estado con esa inflexibilidad.
Reitera Díaz-Canel: Todo no tiene una solución inmediata, pero el problema no crece si le vamos arrancando pedazos y se va creando una sinergia de solución.
Defendía el inolvidable Gabriel García Márquez: No fui capaz de discutirlo con nadie porque sentía, sin poder explicarlo, que mis razones solo podían ser válidas para mí.
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