El primer día de libertad
- Por Susana Guerrero Fuentes
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Más allá de ser un hombre de cultura y amplia visión política, Carlos Manuel de Céspedes representó, en un momento histórico convulso, el símbolo de la rebeldía nacional. A pesar de que su origen lo ubica en una clase acomodada de terratenientes adinerados, pasó por encima de sus privilegios y encendió la llama en aquel lejano octubre para iniciar el camino libertario, al tañer la campana de La Demajagua bajo la determinación de “Independencia o Muerte”.
Tanto él, como los hacendados e intelectuales que lo siguieron en aquella iniciativa, aportaron los ideales más progresistas de la época, fueron el paso a la apertura en tiempos estrechos, la esperanza de libertad cuando sobraban las cadenas.
En el momento del estallido revolucionario la población esclava ascendía a más de 300 mil personas. Aquel 10 de Octubre, las posibilidades de borrar ese fantasma del escenario cubano eran más tangibles que nunca y fue Céspedes, nuevamente, el primero en intentar cerrar esa brecha cuando, de frente a quienes fueran sus esclavos, exclamó:
“Hasta este momento habéis sido esclavos míos. Desde ahora, sois tan libres como yo. Cuba necesita de todos sus hijos para conquistar la independencia. Los que me quieran seguir que me sigan; los que se quieran quedar que se queden, todos seguirán tan libres como los demás.”
El llamado estaba hecho y fue secundado con ímpetu por patriotas de todas las clases sociales. Muy pronto el fervor de la lucha se multiplicó también en otras regiones del país y la Isla vibró ante la meta de liberarse del yugo español, pues llamarse cubano ya no era una simple cuestión geográfica, sino necesidad e identidad.
No fueron pocos los desafíos que sobrevinieron tras aquel hito inolvidable. Las discrepancias y la falta de unidad comenzaron a lacerar el camino de la guerra, los sueños de eliminar el sistema colonial se volvieron a hacer lejanos y aunque finalmente no alcanzó sus objetivos, los 10 años de lucha dejaron lecciones de dignidad y rebeldía hasta que se bajó la última arma.
El 10 de Octubre fue el instante decisivo de confianza en nosotros mismos, la semilla que germinó en el pueblo que somos hoy y la luz que nos mostró que no nacimos para estar a la sombra de nadie, sino para ser dueños de nuestro futuro. En ese día se forjó la esencia de la Historia de Cuba, donde confluye el legado de los primeros valientes y la revelación de todas las peleas que faltaban por librar.
El Generalísimo Máximo Gómez llamó a la Guerra de 1868 “Madre de la Revolución”, mientras, Fidel, al conmemorarse el centenario de la gesta, dejó constancia de que en Cuba ha existido una sola Revolución, una ruta única de combatir, crear y crecer, una senda cuya primera huella la dejó tatuada a fuego el Padre de la Patria aquel día, en que reconoció a todos los cubanos como ciudadanos y les dijo:
“Ese sol que veis alzarse por la cumbre del Turquino, viene a alumbrar el primer día de libertad e independencia de Cuba.”
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