El de la eterna sonrisa
- Por Susana Guerrero Fuentes
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Quizá para quienes lo conocieron en su inquieta infancia y fueron testigos de sus bromas y travesuras, les costó imaginar a Camilo como un jefe responsable, dispuesto a enfrentarse a las más complejas misiones sin titubear y sin perder la sonrisa.
No sería, sin embargo, una sorpresa, verlo unirse como combatiente a las filas revolucionarias que luchaban por una Cuba mejor, cuando ya le antecedían anécdotas y acciones en las cuales mostraba las más ejemplares virtudes de un ser humano: generosidad, alto sentido de la amistad y la lealtad, una valentía a prueba de fuego, un apoyo incondicional a las causas justas y, por ende, un profundo rechazo a lo mal hecho.
Pese a ser el último en llegar a México para sumarse a los entrenamientos de la expedición del Granma, Camilo brilló en el grupo desde los primeros momentos, por su personalidad y disposición para la lucha. La Sierra Maestra supuso nuevos retos y una vez más demostró su valía, el Che comentó que allí se empeñó en pulir su carácter y las exigencias a sí mismo superaban incluso sus posibilidades.
Sobre él diría además que despertaba una gran atracción y admiración entre todos, por “su manera de ser, su carácter, su alegría, su franqueza, su disposición de todos los momentos a ofrecer su vida, (…) sin el más mínimo alarde de valor, de sabiduría, siempre siendo el compañero de todos, a pesar de que ya al terminar la guerra, era, indiscutiblemente, el más brillante de todos los guerrilleros.”
No fue necesario esperar el fin de la guerra para reconocer en él a uno de los mejores combatientes, sus propios méritos hicieron a Fidel ver en Camilo al hombre indicado para llevar, de forma paralela a la del Che, una columna invasora al occidente de la Isla. Les daba, de esta forma, la confianza y la oportunidad a ambos Comandantes para realizar lo que terminaría siendo una de las mayores hazañas militares de la lucha revolucionaria.
Acerca de sus cualidades Fidel expresó al conocido periodista Ignacio Ramonet: “Sí, Camilo, menos intelectual que el Che, pero también muy valiente, un jefe eminente, muy audaz, muy humano”. Fidel lo calificó además como “el compañero de los días difíciles”, porque cuando las pruebas eran más duras, la personalidad de Camilo y su influencia aglutinadora en la tropa resaltaban para hacer sentir a todos seguros bajo su mando.
No obstante, el Señor de la Vanguardia fue mucho más que un jefe militar distinguido, tras la imagen valerosa del guerrillero se apreciaba también la madurez de su pensamiento revolucionario. Se multiplicó en medio de la lucha de clases que ya se hacía sentir en la sociedad y no ocultaba sus ideas antiimperialistas y latinoamericanistas.
Con el triunfo de 1959, comenzaba un año de intenso trabajo de la naciente Revolución y pese a que Camilo vivió apenas 300 días tras aquel 1ro de enero, su pasión y compromiso con el proceso fueron tan notables que aún es inspiración y fortaleza de su obra 62 años después.
Sus mayores esfuerzos estuvieron encaminados a fortalecer la unidad de todas las fuerzas revolucionarias y del pueblo, siempre con certeras respuestas y evitando fisuras y divisiones: “En la actualidad pertenecemos al Ejército de la República, con un solo frente, Cuba, y con una sola bandera: la cubana.”
Camilo encarna la esencia de la juventud y devino la imagen del pueblo. Por eso cuando desapareció en una tormentosa noche de octubre, los cubanos lo buscaron hasta las últimas posibilidades y el dolor superaba al de la pérdida de un líder, se iba con él parte de ellos mismos, el hombre de las cien batallas, el de las mil anécdotas y el de la eterna sonrisa.
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